(Ismael Vázquez Bernabé, 2025)
En la sierra del suroeste del estado de Oaxaca se encuentra el pueblo de San Pedro Amuzgos, locación y sujeto principal del documental Hilando sones. La ópera prima del director Ismael Vázquez Bernabé entreteje las vidas de dos personajes que prestan su voz y nos comparten su día a día: Zoila Bernabé Merino (la madre del director) y Lorenzo Nuñez Victoria. La conexión aparece, no en sus interacciones, sino en los paralelos entre lo que hacen. Ella practica el telar de cintura, con el que teje huipiles de coloridos patrones. Él toca el violín, con el que interpreta sones típicos. Se puede intuir un parecido entre los hilos del telar y las cuerdas del violín, aunque la película no fuerza este obvio paralelo visual y más bien atiende a cómo ambas labores conectan al pueblo con sus raíces, manteniendo vivas las tradiciones que les dejaron sus respectivas familias.
Un tercer personaje emerge con fuerza, a pesar de su ausencia. La narración, en el idioma amuzgo, se refiere constantemente a Donato, el padre de Lorenzo. Su talento como músico es discutido con enorme reverencia, en términos que prácticamente lo convierten en una leyenda. Desde niño, Donato se escapaba para ver a los viejos violinistas tocar. Queriendo seguir sus pasos, improvisó una imitación del instrumento a partir de un platanar para practicar los movimientos de sus dedos. Después, alguien de una casa de la cultura le dio un violín con el que, en un concurso, logró superar a los viejos maestros. Y cuando murió, la tradición casi se fue con él y la música prácticamente desapareció del pueblo.
Esta historia ayuda a explicar por qué la música, aunque es central para Hilando sones, aparece solo esporádicamente. El sonido ambiente de la naturaleza domina en la primera parte. Unas notas mínimas acentúan momentos importantes de la narración. Cuando Lorenzo corta y moldea un platanar, tratando de recrear la copia improvisada de violín que hizo su padre, podemos escuchar los sones vagamente en el fondo. El efecto es que, cuando la música finalmente se coloca al frente y al centro, la recibimos con toda nuestra atención. Se vuelve preciosa y rara, acompañada de cierta tristeza. Algo que es central a la identidad de esta comunidad ahora requiere de tanto esfuerzo para mantenerse viva.

Hilando sones es entonces construida como un documental de San Pedro Amuzgos para San Pedro Amuzgos–el mismo director es originario de ahí; Zoila es la madre del director, de hecho. Hay algunos diálogos en español que se escapan de vez en cuando, sobre todo cuando Zoila trata con niñas que podemos intuir son parientes suyos, pero prácticamente toda la narración transcurre en amuzgo. Hilando sones evita por completo esa voz etnográfica condescendiente que mira de fuera con superioridad. Aunque hay un viaje fuera del pueblo para recuperar las grabaciones de Donato de una fonoteca, el documental no se preocupa por trazar líneas con otras problemáticas u ocurrencias del México que está a su alrededor. San Pedro Amuzgos es su propio universo.
No hay mucho esfuerzo por construir una historia tradicional, por imponerles a sus personajes una meta mayor al de continuar con el estilo de vida que ya acostumbran. Planos simples y nada llamativos retratan con reverencia y respeto actividades tan elementales como cocinar, regar los sembradíos, barrer el patio de la escuela o limpiar las tumbas de sus familiares. Procesos básicos y conocimientos prácticos (como el tallado y la explicación de los nombres de las distintas partes del telar) se preservan de esta manera. Es un acto necesario en un pueblo en el que el cambio de religión de un maestro o la poca paciencia de para enseñar puede tener consecuencias existenciales.
Por su parte, el salto constante entre voces, siempre en off y nunca con los personajes dirigiéndose a la cámara, ayuda a fusionar sus palabras en nuestras mentes. A que pensemos en ellos, no solo como individuos sino como hilos que, al tejerse, forman un todo. La mezcla entre recuerdos del pasado y reflexiones sobre su futuro por su parte hablan de una relación rica y complicada con el tiempo.
Hilando sones da poco contexto o explicación para quien llega desde afuera–una escena muestra huipiles colgados en un puesto, aludiendo, más no insistiendo, en la importancia que su venta tiene para la economía local. No obstante, no es un documental al que sea difícil acercase, pues su historia, aunque anclada a los detalles específicos de San Pedro Amuzgos, es una que se ve en muchos pueblos indígenas dentro del territorio mexicano: de tradiciones que se van perdiendo y la lucha por preservarlas. Una tristeza inevitablemente recorre a la película. Su narración acepta la muerte como algo inevitable y la extinción como algo posible. Pero también brilla por la determinación y voluntad de quienes la mantienen con vida.
★★★
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