(Eddington; Ari Aster, 2025)
Beau tiene miedo, la última película de Ari Aster, no me pareció una propuesta que funcionara del todo, pero creo que es el mayor argumento a favor de Aster como un autor. La encuentro repetitiva, redundante y simplista; su duración de tres horas le da una vuelta tras otras a ansiedades que se reducen a que su protagonista tiene una madre posesiva y controladora. No obstante, la admiro parcialmente como un ceñido ejercicio en punto de vista (todo lo que vemos parece ocurrir en la mente desquiciada de su protagonista) y como una descarada oportunidad de dar rienda suelta a sus obsesiones aprovechando la carta blanca que A24, su compañía productora, le dio después El legado del diablo y Midsommar: El terror no espera la noche, sus dos exitosas películas de terror.
Y la apreció un poco más ahora porque me parece un paso necesario para llegar a su nueva película, Eddington, que me gustó bastante. Eddington también se trata de un descenso a la locura, pero manejado con menos extravagancia y más intención, como si Aster hubiera necesitado caer en el exceso para aprender a modular su visión. Esta locura tampoco es la solipsista e individual de Beau tiene miedo, sino una colectiva y con la que nos podemos identificar con mayor facilidad. Eddington es una película sobre ese caótico y complicado periodo que fueron los primeros meses de la pandemia por COVID.
El título se refiere a un pueblo del estado de Nuevo México, en el suroeste de Estados Unidos (la película alude a muchos eventos reales, pero Eddington fue inventado específicamente para la película). Nuestro punto de entrada a él es Joe Cross (Joaquin Phoenix), el alguacil de la comunidad que apenas rebasa los dos mil habitantes. Joe parece un arquetipo obvio, el conservador renegado que rechaza las órdenes de usar cubrebocas porque las considera un atentado contra su libertad, aunque casi de inmediato aprendemos que su oposición no es simplemente ideológica. Joe sufre de asma y defiende su negativa citando el riesgo a su salud. Este matiz me parece importante. Una idea que recurre a lo largo de la película es que, aunque sus personajes terminan entregándose a alguno de los extremos polares de la política estadounidense, sus inclinaciones siempre brotan de circunstancias reales. Más que otras películas, Eddington entiende que la mayoría de las personas somos contradicciones ideológicas, una maraña de creencias y experiencias que no se explican fácilmente.

En Eddington, el opuesto polar de Joe es Ted García (Pedro Pascal), el alcalde, quien cultiva una imagen de liberal bonachón y entregado a su comunidad. Joe y Ted comparten un pleito que se remonta varios años atrás, pero la gota que derrama el vaso es cuando, en el supermercado, Ted le insiste que use el cubrebocas, humillándolo frente a los demás compradores. Joe entonces decide volverse candidato para alcalde, quedándose con el puesto que Ted ha ocupado por varios años. Un rencor personal y un malentendido se convierten en diferencias políticas irreconciliables.
Como una película sobre el Estados Unidos del presente (bueno, técnicamente el de hace cinco años), es apto que Eddington tome la forma de un western, género tan asociado a la identidad es este país. Aster construye esta impresión con múltiples detalles. Eddington, con sus calles amplias, edificios esparcidos y paisaje desierto, no está tan lejos de esos pueblos de frontera de las películas de vaqueros. El conflicto entre blancos e indígenas es actualizado a través del oficial Butterfly Jimenez (William Belleau), un policía de la tribu Pueblo con el que Joe choca constantemente. Un ejemplo más cómico ocurre cuando, después de que Joe anuncia su campaña, Ted lo confronta en la calle; teniendo que seguir las reglas de distanciamiento social, los dos se paran como pistoleros a punto de intercambiar tiros.
Otros personajes redondean el elenco. Están la esposa de Joe, Louise (Emma Stone), quien padece un desequilibrio emocional que se remonta a un trauma pasado, y la madre de ella, Dawn (Deirdre O’Connell), quien se la pasa en Facebook compartiendo y comentando teorías de conspiración. Una subtrama involucra a Brian (Cameron Mann), un adolescente que, buscando una excusa para hablar con Sarah (Amélie Hoeferle), una activista de la justicia social que le gusta, se une a las protestas contra la brutalidad policiaca que ella organiza tras el asesinato real de George Floyd.
Ubicar a Eddington en el espectro político no es cosa tan simple; Aster parece haberla construido buscando reacciones variadas, dependientes de la afiliación ideológica de cada espectador. La película se burla de ambos lados al mismo tiempo que les tiene simpatía. Los manifestantes de Black Lives Matter de Eddington, por ejemplo, son presentados como un grupo de jóvenes blancos que gritan eslóganes vacíos y se castigan a sí mismos por ser blancos. Pero la película (y seré vago al describir exactamente lo que pasa) termina básicamente dándoles la razón, mostrando cómo la policía excede su autoridad contra una persona negra. Vernon Jefferson Peak (Austin Butler), el charlatán líder de un culto, viene a representar las manipuladoras teorías de conspiración derechistas sobre el tráfico de niños. Por otro lado, la película trata a Louise con una compasión sincera por las personas que han sufrido abuso real.

Una herramienta importante al momento de analizar las películas (uno que aplica tanto para el cine experimental como para el cine narrativo más comercial) es prestar especial atención a los inicios y a los finales. En el caso de Eddington, estos momentos privilegiados se enfocan en la construcción de un centro de procesamiento de datos cerca del pueblo. El centro es de importancia tangencial a la trama. Se nos sugiere que Ted facilitó los permisos de construcción para avanzar su propia carrera política y por lo tanto es un indicador de corrupción debajo de su agradable fachada. Por otra parte, este punto de la trama parece una señal de la verdadera preocupación de la película: lo más siniestro lo encuentra en las empresas de la tecnología que simultáneamente engloban y trascienden cualquier distinción política.
Una de las experiencias más universales de la pandemia fue, por supuesto, la de migrar nuestra existencia del mundo real al mundo digital. Casi de un día para otro, las pantallas de nuestros teléfonos, televisores y computadoras se convirtieron en nuestro principal referente de la realidad. Para mí, Eddington no se trata tanto sobre los eventos específicos que ocurrieron en el Estados Unidos de 2020, sino sobre lo difícil que fue hacerles sentido cuando nos inundaba información contradictoria y fragmentada. Nótese lo mucho que la película transcurrir en los teléfonos de los personajes. Su desquicio es colectivo y no discrimina. En sus personajes veo más impotencia y confusión que estupidez. Un saludable impulso por cuestionar las historias oficiales que termina canalizado a la paranoia y el conspiracionismo–es por esto que las partes que me parecen las más efectivas son las que nos muestran más del pueblo de Eddington; el acto final, más ceñido a Joe, lo siento un poco más flojo.
Otra cosa que me llama la atención sobre Eddington no está en la película misma, sino en las personas con las que Aster ha hablado de ella. Aster dado entrevistas a David Sirota, periodista pero también coescritor de No miren arriba de Adam McKay, y a Adam Curtis, mejor conocido por sus documentales para la BBC que tratan de encontrar tendencias y una narrativa en los cambios sociales y tecnológicos del siglo XX. Veo en Eddington una hermandad con el trabajo de ambos, un intento sincero por confrontarnos con lo difícil que es navegar un mundo en el que pasan tantas cosas al mismo tiempo.
Sigo sin decidir cómo me siento hacia algunas cosas que pasan en ella. Hay una subtrama que, en la superficie, parece apoyar la validez de una de sus teorías de conspiración más irracionales, aunque la conexión es ambigua y bien podría ser una tramposa desorientación. Con esto, Aster parece decir que, si sus personajes hacen mal al apurarse a sacar conclusiones, nosotros no deberíamos hacerlo.
★★★1/2
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