(Ernesto González Díaz, 2025)

Admito que me acerqué a Concierto para otras manos con un prejuicio. No hacia su protagonista sino hacia las películas que se suelen hacer sobre personas como su protagonista. Sobran los casos de películas que tratan a las personas con capacidades diferentes con condescendencia; en su ejecución fomentan, no la empatía, sino una distancia entre sus personajes y el público a quien se dirigen. El énfasis típicamente está en lo mucho que han sufrido, en los obstáculos a los que se enfrentan todos los días. En la superficie se les celebra como triunfos del espíritu humano, aunque la impresión final termina siendo más cercana a la lástima.

Concierto para otras manos es refrescante porque, desde sus primeros minutos, demuestra su compromiso a no caer en estas trampas. El documental, dirigido por Ernesto González Díaz, sigue a David González Ladrón de Guevara, un joven de Jalisco que nació con síndrome de Miller. En David, esta condición se manifiesta de manera más visible en la forma de su rostro y sus extremidades: sus brazos son más cortos y cada uno de sus manos y pies cuentan con cuatro dedos.

Estas características físicas son, por supuesto, difíciles de ignorar. Pero antes de que podamos preguntarnos todo lo que implica vivir con ellas, la película nos muestra a David en acción: se levanta, se pone el auricular especial que le ayuda con su dificultad para escuchar y se prepara el desayuno. En su vida diaria, David lleva a cabo distintas actividades típicas de un muchacho de su edad (se menciona que su fecha de nacimiento es en 1997 y mucho del documental fue grabado antes de la pandemia; cuando lo vemos tiene, a lo mucho, 23 años): pasea a su perro, practica natación y juega futbol y videojuegos con sus amigos.

También tiene un sentido del humor. Cuando se le caen las tijeras especiales que usaba de niño, él dice “¡Bloopers!” en tono de broma–momento que también funciona como un reconocimiento juguetón de que él sabe que está en una película. Nos quedamos con la impresión de alguien feliz y pleno en la vida que lleva. Para cuando la película se detiene y nos muestra con detalle sus ojos, sus manos y sus brazos, no es con la intención de llamar atención a la diferencia, sino para que las reconozcamos como partes de una persona que apreciamos ya. Algo por lo que siente orgullo y no vergüenza.

Tanto o más importante que la condición de David es el haber nacido en una familia de músicos. Su padre es José Luis González Moya, un celebrado pianista y compositor de Jalisco. Sus hijas, las hermanas de David, siguieron sus pasos y estudiaron, una violín, la otra composición. David nos cuenta cómo, desde pequeño, quiso hacer lo mismo. Su infancia, ricamente documentada en videos caseros, repasa su destacada trayectoria por numerosos concursos internacionales para pianistas con discapacidad.

Queda claro que, para el momento en que empieza la grabación del documental, su familia ya no ve su condición como un obstáculo. Sus palabras, no obstante, nos dejan ver que no siempre fue así. Su tía, quien le dio sus primeras lecciones de piano, reconoce su incertidumbre inicial; le preocupaba que sus clases le provocaran más frustración que satisfacción. Su padre, por su parte, recuenta la perplejidad con la que reaccionó al escuchar de los concursos para pianistas con discapacidad. Una escena breve con un alumno, en la que indica la postura y distancia correctas para tocar, nos recuerda lo mucho que el desempeño de un pianista depende de la forma del cuerpo humano. ¿Qué música podría tocar alguien como David?

Es una pregunta a la que él se acerca con empatía y curiosidad. Concierto para otras manos se compone de cuatro capítulos y un epílogo (o, en términos musicales, cuatro movimientos y una coda) y esta segunda mitad relata cómo José Luis compone un concierto específicamente para que David lo toque en vivo. Él sabe exactamente cómo y qué tanto su hijo puede mover sus manos y dedos y eso plantea los parámetros de su composición. Es una oportunidad para conectar con su hijo a través de una pasión compartida, pero también, queda implícito, un desafío creativo especial: una oportunidad para explorar configuraciones musicales que, en otras circunstancias, quizá no se le habrían ocurrido.

Es un acto de amor, sin duda, que la película tiene la sensatez de no remarcar. No es necesario ver pláticas profundas entre padre e hijo para transmitir este cariño. Las películas sobre la discapacidad suelen ser crowd-pleasers, término usualmente peyorativo para películas que son fáciles de digerir y que buscan hacer sentir bien al público sin desafiarlo demasiado. Concierto para otras manos fluye con agilidad y facilidad, pero igualmente confía en nuestra capacidad de ver más allá de la superficie. Es una película cálida, hecha con compasión y sentido del humor, armada con inteligencia en cuanto a cómo estructurar su historia y en su decisión de sugerir en lugar de mostrar.


★★★1/2


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