(Nouvelle Vague; Richard Linklater, 2025)

Es difícil hablar de Jean-Luc Godard sin ser demasiado reverente. Muchas historias del cine lo celebran, no solo como uno de los líderes de la nueva ola francesa, sino como un pionero y provocador cuyo nombre es sinónimo del cine mismo. Al mismo tiempo, la imagen que hoy tenemos de él es también una especie de caricatura: la del cineasta europeo intelectual de cabello desaliñado, lentes oscuros y un cigarro en la boca. Sus películas más celebradas suelen ser sus primeras, que hizo en la década de los sesenta. Estos primeros éxitos eclipsan una larga y sinuosa carrera que incluye experimentos con casi todos los estilos y formatos posibles: el documental, el video digital, el ensayo fílmico y hasta el 3D.

Nueva ola francesa no desmiente esta caricatura. Es una crónica romántica y cómica de la realización de Sin aliento, su primer y más conocido largometraje. Se trata de cómo sus excentricidades resultaron en una de las películas más queridas y celebradas de la historia. Pero hablar de ella solo como un monumento a Godard es injusto. Nueva ola francesa es también la obra de un cineasta con una trayectoria destacada y singular a su manera: Richard Linklater, quien pasó de una de las voces más importantes del cine independiente estadounidense de los noventa a un confiable director de estudio, saltando de manera constante y juguetona entre ambos mundos.

Nueva ola francesa es un curioso sincretismo de las dos caras de Linklater. Hay rastros de Slacker, ese mosaico de los coloridos personajes que componen la vibrante y extraña meca cultural de Austin, Texas. También se siente emparentada con Escuela de rock, con Godard como esa excéntrica fuerza creativa no muy diferente al maestro de música de Jack Black. ¿Suena sacrílego comparar a Godard con un personaje de Jack Black? Si Slacker es una de las películas más graciosas del cine de arte estadounidense, y si Escuela de rock una boba comedia con un genuino corazón, es porque Linklater se acerca a sus personajes con verdadera curiosidad y simpatía, y justo eso hace aquí. El resultado nunca es tan profundo o provocador como las películas de Godard, pero funciona dentro de  las modestas metas que se pone a sí misma.

De la producción de Sin aliento, Linklater y los escritores Holly Gent y Vincent Palmo (cuyo guion fue adaptado al francés por Michèle Halberstadt y Laetitia Masson) han extraído una simple y clara línea argumental que se presta para una comedia llena de peripecias. Y la han situado en un París donde figuras famosas y artistas aspirantes se cruzan entre animadas fiestas y conversaciones que saltan entre lo filosófico y lo trivial. 

En este mundo vibrante y lleno de posibilidad, Jean-Luc Godard (Guillaume Marbeck) y sus colegas de la revista Cahiers du Cinéma hacen el salto de la crítica de cine para convertirse ellos mismos en realizadores. Después de que Los 400 golpes, el primer largometraje de su compañero y amigo François Truffaut (Adrien Rouyard) resulta un éxito en el festival de Cannes de 1959, Godard convence al productor Georges de Beauregard (Bruno Dreyfürst) de financiarle su propia ópera prima. En ella pondrá en práctica sus atrevidas ideas de cómo hacer cine. Aunque se apoya en dos estrellas de cine, Jean-Paul Belmondo (Aubry Dullin) y la actriz estadounidense Jean Seberg (Zoey Deutch), las decisiones de Godard confunden o irritan a sus colaboradores: filma en escenarios reales con luz natural, sin sonido sincronizado y sin guion; nunca hace más de un par de tomas por escena e interrumpe cada día de filmación abruptamente cuando se queda sin inspiración. 

Nueva ola francesa nunca es tan radical en su fotografía y edición como una película de Godard. Ni siquiera Sin aliento que, para sus estándares, resulta bastante accesible. Linklater descarta sus trucos más arriesgados y se queda con los más superficiales: cámara en mano y blanco y negro en un formato de pantalla casi cuadrado. Como si fueran retratos de un documental, los personajes son presentados mirando a la cámara con letras que nos indican su nombre, pero sus juegos con la realidad y la ficción nunca van más allá. La película se siente como un producto de la época que retrata, pero se aprecia y se sigue con limpieza y claridad.

La trama, sin embargo, se desarrolla con una soltura y espontaneidad que la distinguen de un típico guion hollywoodense. Algunas subtramas, como los constantes intentos de renunciar de Seberg, resultan más importantes que otras y acercan a la película a una estructura dramática más o menos convencional. Pero ésta finalmente se siente más como una serie de gags o sketches basados en los hechos comprobados de la filmación. 

Uno de los talentos de Linklater ha sido adentrarnos en la relajada camaradería de personajes con los que disfrutamos pasar el rato y Nueva ola francesa brilla en eso. Los problemas prácticos que Godard y su equipo encuentran en el rodaje le dan a la película su orden. En ellos emergen instantes de amistad, broma y conexión que le dan su corazón. Opuestos radicales se convierten en íntimos aliados, como ocurre con el cinéfilo enciclopédico de Godard y Raoul Coutard (Matthieu Penchinat), director de fotografía que se entrenó haciendo documentales de guerra—cuando Godard cita una película de Ingmar Bergman como referencia, Coutard titubea y finge reconocerla; es uno de mis chistes favoritos en la película. Cuando las cosas salen bien, como cuando logran capturar el momento exacto en que los faros de París se encienden, se siente como una epifanía.

Quienes llegamos a Nueva ola francesa como iniciados sabemos que la historia del cine terminará dándole la razón a Godard. Que su insistencia en la espontaneidad y el realismo, terminará siendo, no solo fructífera, sino revolucionaria. Pero la película, aunque lo admira, no lo adora ciegamente. De manera amena y refrescante, nunca se deja llevar por la imagen del artista incomprendido y torturado—o, por lo menos, nunca lo hace con mucha seriedad. Su Godard no busca comunicar una verdad que se esconde en lo profundo de su ser y la película no pretende saber qué ocurre detrás de sus lentes oscuros que nunca se quita. Es caprichoso, pero no egocéntrico; cuando otros lo desafían o se burlan de él, se lo toma con sentido del humor. Su energía, a la vez nerviosa y extrovertida, es encantadora.

Este Godard cruza ocasionalmente el umbral de la caricatura pero nunca deja de sentirse humano. Lo guía ese impulso de crear y pasar un buen rato. Viendo la película uno intuye que, en su recreación de Godard, Linklater quizá ve algo del cineasta joven que él mismo fue alguna vez. Como Spike Lee hizo en Del cielo al infierno, su remake de Akira Kurosawa, Linklater se acerca a una de las vacas sagradas del cine internacional, pero no trata de superarlo ni complacer a una versión imaginaria de él. Fuera de un epílogo que habla en términos celebratorios de la carrera de cada uno de sus personajes, la película está hecha sin solemnidad.

¿A Godard le hubiera gustado Nueva ola francesa? Nunca lo sabremos, pues Godard murió por suicidio asistido el 13 de septiembre de 2022. No quiero sugerir que la pregunta es totalmente irrelevante. Seguro nos podemos dar una idea, pues su pensamiento persiste en entrevistas, escritos, las personas que lo conocieron y, por supuesto, en sus películas. Quizá, en efecto, hubiera rechazado el que un cineasta hollywoodense lo convirtiera en el protagonista de una comedia cuya principal virtud es la de ser entretenida. Quizá el homenaje que Linklater hace a las alegrías de hacer cine se aceptaría con mayor facilidad si hubiera decidido asociarla a una figura totalmente inventada o a un cineasta menos radical. 

O quizá el director que (no) apareció como una versión cascarrabias de sí mismo en Rostros y lugares, la última película de su amiga Agnès Varda, se hubiera tomado con sentido del humor esta recreación de su época más joven e ingenua. Quizá le hubiera molestado más ver a gente ofenderse en nombre suyo, hablando con tanta seguridad de lo que él supuestamente piensa. Esta certeza también es tramposa, pues ignora lo mucho que el pensamiento de Godard evolucionó con el tiempo, a la par de sus películas—él mismo, al parecer, se distanció de Sin aliento describiéndola como una obra de tendencias fascistas. Y que si sus películas nos siguen fascinando (y esto es algo que Nueva ola francesa se divierte retratando) es en parte porque no podemos saber lo que ocurría dentro de la mente de Godard.


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