(The Square; Ruben Östlund, 2017)
Todas las discusiones que he tenido sobre qué es y para qué sirve el arte siempre llevan a una misma conclusión: qué preguntarse qué es y para qué sirve el arte nunca lleva a ningún lado. Pero dado que tales discusiones son frecuentemente entretenidas y una excelente manera de aprender más sobre los demás (si no necesariamente sobre el arte en sí), me encuentro regresando a ellas constantemente. The Square: La farsa del arte no es la mejor película que vi este año; está hecha con cierta frialdad, más para la mente que para el corazón y repite muchos de los mismos puntos en sus casi dos horas y media de duración. Pero sí es quizá la que más me dio qué pensar, precisamente porque aborda la incógnita del arte de una forma compleja y matizada y con un muy personal punto de vista. El director sueco Ruben Östlund (de Fuerza Mayor, una de las mejores del 2015) regresa con una película que con una impecable fotografía y un tono a veces sarcástico se pregunta qué buscamos en el arte (específicamente el arte moderno y el contemporáneo) y cómo interactuamos con él.
El título de la película se refiere a la nueva adquisición del museo X-Royal de Estocolmo, un cuadrado de cuatro por cuatro metros en el suelo de una plaza pública. Luces blancas delimitan un espacio dentro del cual todos están obligados a tratarse como iguales y apoyarse mutuamente. Christian (Claes Bang), un padre divorciado y defensor de causas nobles (bueno, maneja un auto eléctrico) es el curador del museo y el encargado de publicitar esta nueva pieza. Christian por lo menos parece comprender profundamente su simbolismo e importancia. Da un breve pero sincero discurso sobre lo que The Square provoca en él y las intenciones de la artista que lo creó. Pero fuera del podio, Christian es inconsistente entre lo que dice y lo que hace. The Square tiene varios momentos divertidos, pero su mejor chiste es que el encargado de dar a conocer una obra sobre el altruismo y la igualdad sea un narcisista con ocasionales delirios de grandeza.

The Square está llena de momentos en que el peor lado de Christian y de su entorno sale a relucir. Después de acostarse con una reportera estadounidense (Elisabeth Moss) en una fiesta, Christian ni siquiera confía en ella para deshacerse del condón. Quien sabe qué querrá hacer ella con el material genético de “una figura semipública”. Temprano en la película, a Christian le roban su teléfono y cartera y su plan para recuperarlos termina con él peleándose con un niño de diez años que no tuvo nada que ver. Cuando se tiene que disculpar por algo que hizo, Christian termina a la vez poniéndose al centro de la situación y culpando sus males a la sociedad que lo rodea. Intercalados con su mirada al interior de la opulenta élite artística, The Square nos muestra imágenes de gente de la calle, a quienes sus personajes tratan como si no existieran. O más bien, que sólo existen en cuanto les sirva a ellos. Como parte de sus esfuerzos para publicitar The Square, Christian se reúne con dos publicistas (Daniel Hallberg y Martin Sööder) jóvenes y de ideas extravagantes que idean un anuncio en el que una niña de la calle explota en medio de la plaza. A lo largo de la película, el arte se convierte en poco más que un producto, y la controversia en la única verdadera forma de venderlo.
La pieza central de la película (por lo menos según sus materiales publicitarios) lleva esto al extremo. En ella, una elegante fiesta es interrumpida por una “interpretación” en la que un hombre que se comporta como simio (Terry Notary, quien hizo captura de movimiento para el personaje titular en Kong: La isla calavera) aterroriza a los asistentes. Sus reacciones son extremas, pero los asistentes parecen demasiado atemorizados por su propia vida como para apreciar cualquiera que sea el mensaje de la obra. ¿O es el temor por la vida propia parte de lo que la obra está diciendo? ¿Es aquello un recurso válido o está yendo demasiado lejos? The Square nunca responde si la pieza de verdad tiene mérito artístico o un si es nada más un espectáculo vacío, una forma para que aquellos en el público puedan felicitarse con lo mucho que están dispuestos a apoyar el arte atrevido y arriesgado.

La respuesta variará quizá, tanto del público en la cena como del público de la película. Al final de cuentas, The Square está menos interesada en el arte como objeto que en cómo reaccionamos a él; si nuestra apreciación es genuina o si sólo lo vemos como una herramienta para construir una imagen artificial, más noble, de nosotros mismos. El final de la película, que de alguna manera gira alrededor de la reacción del público en general al comercial de la niña de la calle, aborda esta pregunta. ¿Cómo se atreven los encargados del museo a aprovecharse de uno de los grupos más marginados y vulnerables de la sociedad sólo para tratar de vender una pieza de arte? Los comentarios que lo condenan tienen algo de razón. Al mismo tiempo, parte de su intención es la de acariciar el ego de quien lo dice: es noble ofenderse por algo que insulta a los menos privilegiados. Y el arte similarmente se convierte, no en el catalizador de un cambio para bien, sino en algo que me hace sentir cómodo con mi propia indiferencia. Si yo interactúo con una pieza sobre el altruismo, eso quiere decir que soy altruista, ¿verdad?
En The Square, el arte debe convertirse en decoración para ser apreciado como arte. A pesar de lo mucho que sus personajes hablan de él, para ellos éste es poco menos que un artefacto. Un momento muy divertido encuentra a una empleada del museo corriendo hacia Christian para avisarle que alguien del personal de limpieza ha aspirado parte de una exhibición. Ella está alterada, él elabora un plan para arreglarlo sacando las piezas de la basura. The Square es ocasionalmente cínica, y Christian es un protagonista a veces desagradable. Sin embargo, Östlund se toma el tiempo de hacerlo un personaje constantemente en conflicto con sí mismo. El final de la película es conmovedor a su manera. Uno puede ver a Christian luchando para tragarse su orgullo y tratar de hacer lo correcto. Mi reacción a The Square: La farsa del arte es que no es una película sobre cómo estamos condenados al egoísmo y sobre cómo el arte no nos puede salvar. Es sobre cómo pocas veces de verdad le damos la oportunidad de hacerlo.