(The Greatest Showman, Michael Gracey, 2017)
El gran Showman de Michael Gracey está tan poco interesada en la exactitud histórica, pero está hecha con tanto dinamismo y carisma que casi no importa. Desde el momento en que se asoman los créditos–inspirados en los intertítulos del cine mudo–acompañados de un potente coro de música pop, sabemos que estamos ante una película que trata el siglo más como un referente de estilo que como una época. Para mantener viva la magia recomiendo no leer la página en Wikipedia de P.T. Barnum, el controversial empresario circense que la película convierte en un papel que le queda como anillo al dedo a su estrella, Hugh Jackman.
Los frenéticos primeros minutos de El gran Showman reinterpretan la juventud de Phineas Taylor Barnum como un fantástico ascenso de la pobreza a la riqueza (o por lo menos a una precaria estabilidad económica). Vemos sus orígenes como el hijo de un sastre pobre, cómo se enamora de una hija de padres ricos, cómo vive en la calle cuando su padre fallece y sobrevive robando pan. Todo hasta que consigue el mínimo de dinero y prestigio que necesita para casarse con Charity (Michelle Williams), quien deja la mansión de sus padres para mudarse a un pequeño apartamento donde Phineas y ella crían dos niñas. Él trabaja haciendo cuentas para una empresa naviera; cuando ésta cae en bancarrota, él decide solicitar un préstamo bancario para iniciar un museo de curiosidades, el cual es un fracaso hasta que una de sus hijas sugiere involucrar atracciones vivas. Es así que Barnum contrata a Lettie Lutz (Keala Settle), una mujer barbuda; Charles Stratton (Sam Humphrey), un enano; y los exhibe como atracciones–Joice Heth, una esclava que Barnum exhibió como la enfermera de George Washington hasta después de su muerte, no aparece en la película, afortunadamente.
El guion de El gran Showman, acreditado a Jenny Bicks y Bill Condon, es predecible y está lleno de clichés, pero se mueve con agilidad. Sus diálogos son trillados–Barnum habla sobre cómo la vida que le dio a su esposa no es la que le prometió originalmente–pero por lo menos son concisos y unen de manera funcional los números musicales, que son el verdadero atractivo de la película. Estos números, por cierto, oscilan entre buenos y brillantes. “The Greatest Show”, el que abre la película y muestra el circo de Barnum en todo su esplendor, es apropiadamente extravagante y teatral, pero es superado temprano por la ternura de la canción “A Million Dreams”, una montaña rusa de emociones que nos lleva del amor infantil de Phineas y Charity hasta su adultez.
La destreza técnica mostrada a lo largo de El gran Showman no me sorprendió. Los números elaborados y bien coordinados son casi obligatorios en un musical. Lo que sí me sorprendió placenteramente fue la destreza y confianza con que estos números avanzan la historia y traducen los conflictos existentes en un lenguaje visual. Los dos mejores son duetos, los números más pequeños de la película, pero también los más íntimos y en los que la coreografía de verdad funciona como una extensión de los sentimientos de los personajes. Coincidentemente, también involucran a Phillip Carlyle (Zac Efron), un joven dramaturgo de padres ricos que abandona su herencia para convertirse en el socio del empresario circense. Son las secuencias en que Barnum y Bailey negocian los términos de su contrato en un bar y en el que Bailey corteja a Anne Wheeler (Zendaya), una bella trapecista que es parte del espectáculo de Barnum (Anne es negra, y en el siglo XIX en que se ambienta la película, esto bastaba para hacerla un paria), de la que está enamorada a pesar de lo que digan sus padres.

Las canciones son una forma engañosa de adentrarnos al personaje de Barnum, de quien la película hace un buen trabajo de mostrar sus lealtades encontradas. Su espectáculo para las masas lo convirtió en un rico empresario, pero lo grotesco de su negocio (entiéndase en la película como la exhibición de personas que otros ven como indecentes), lo hizo menos en los ojos de las familias más adineradas de Nueva York. Su resentimiento ante es comprensible. Cómo alguien que desde niño fue despreciado por aquellos con más dinero, la mejor venganza para él sería que estos mismos terminen respetándolo, o que por lo menos tengan que fingir que lo respetan. En el fondo, le importa mucho lo que piensen los demás.
Barnum es un empresario carismático y Jackman le da una engañosa apariencia de bondad y lealtad que éste usa para conseguir lo que quiere. El cirquero es capaz de convencer a sus estrellas de que los está empoderando, que en el escenario serán vistos como iguales, todo mientras sus sólo resultan evidentes más adelante. Una vez que consigue el éxito, Barnum básicamente abandona su espectáculo y su familia para convertirse en el promotor de Jenny Lind (Rebecca Ferguson) una bella cantante europea de ópera y una inversión potencial que promete no sólo traerle dinero sino también, finalmente, el aprecio de los snobs. El conflicto entre alta y baja cultura a veces rinde frutos. Uno de los números más devastadores de la película corta hábilmente entre el debilitado espectáculo circense de Barnum y la gira estadounidense de Lind, para demostrar lo mucho que las prioridades del empresario han cambiado y el precio que tienen que pagar su familia y amigos.
Y sin embargo, al final, los defectos de Barnum no sopesan la felicidad que su espectáculo trae al público o el sentimiento de unidad que crea entre sus “fenómenos”, por lo menos según la película. Es algo ingenuo que “This Is Me” la pieza central de El gran Showman, sea un himno sobre los marginados cuando la película ha hecho tan poco para humanizar a sus personajes marginados. No hay una sola escena en la que veamos a las estrellas de Barnum interactuar entre ellos, independientemente del resto del elenco. El gran showman podría haber sido la historia de un vendedor de lámparas y la historia habría cambiado apenas. Como el personaje cuya historia lleva a la pantalla, El gran Showman da prioridad al espectáculo barato por encima de hacer una verdadera diferencia. Si emociona a pesar de sus defectos es en parte porque los musicales en el cine por mucho tiempo han sido una especie en peligro de extinción. La película es buena, pero nada en ella es más refrescante que el mero hecho de que sus personajes repentinamente empiecen a cantar y a bailar.