(Vortex; Gaspar Noé, 2022)
Vortex es una película inusualmente paciente, tierna incluso, para un director como Gaspar Noé. Al mismo tiempo, es una en la que su fascinación por experimentar con la forma y explorar la conciencia siguen claramente presentes. Dario Argento y Françoise Lebrun interpretan a una pareja de la tercera edad. Ella es una psiquiatra, él un teórico cinematográfico trabajando en un libro sobre el cine y los sueños. La película sigue su rutina diaria, apenas dejando el apartamento de París donde han vivido juntos por mucho de sus vidas.
Donde vemos el atrevimiento que caracteriza el cine de Noé es en su concepto visual central. Vortex es presentada casi totalmente en pantalla dividida, mostrando encuadres simultáneos uno al lado del otro. Salvo importantes variaciones, un lado de la pantalla lo sigue a él y el otro a ella. Cuando están separados, vemos espacios y acciones muy diferentes al mismo tiempo. Cuando están juntos, vemos la misma escena desde ángulos distintos. Venimos a asociar cada lado de la pantalla con un punto de vista individual. Como si la distancia creada por esto no bastara, la película acompaña cada corte (ya sea para cambiar de un ángulo de cámara a otro, o para indicar un salto de tiempo), con cuadros en negro, como recordándonos que la continuidad creada por el montaje clásico, y que hemos venido a aceptar como invisible, es una mentira del lenguaje cinematográfico clásico y debe señalarse como tal.
¿Qué debemos hacer de todo esto? El efecto inicial es de desorientación. Aunque solo estamos viendo a una pareja en situaciones muy simples como levantarse de la cama, ir al baño, preparar café y salir de compras, todas a su ritmo natural, es fácil perderles el hilo porque podemos estar condicionados a prestarle atención solo a una. Sentimos una desconexión entre lo que experimenta uno y el otro. Por más tiempo que pasen juntos, en la proximidad espacial de su propio apartamento, llegan a cada momento con distintos puntos de vista y lo experimentan de manera diferente. La división es amplificada por la enfermedad de ella, quien padece de demencia; como hizo también El padre de Florian Zeller, Vortex encuentra una forma única de representarla a través del lenguaje cinematográfico.

Todo esto hace a Vortex una película demandante, aunque no de la misma manera que otras de Noé, más agresivas en su contenido y su estilo. Lo que aquí nos pone a prueba es el compartir la rutina y la frustración de sus personajes ante la normalidad que poco a poco se les escapa de las manos. Pero es una frustración que trae recompensas, pues es a través de ella que la película gradual y naturalmente revela sus matices y complejidades. La demencia de Elle no es algo que se nos explica en un principio, la descubrimos cuando ella se mete a una tienda y después de recorrer los pasillos, nos damos cuenta de que no sabe por qué está ahí.
Conversaciones entre Lui y su hijo Stéphane (Alex Lutz), quien trata de convencerlos de mudarse a un asilo, donde puedan cuidar mejor de ellos, frecuentemente no llevan a ningún lado, pero es esta redundancia lo que captura ese férreo apego a las costumbres que su pareja construye: esa negación ante la inevitable decadencia del cuerpo y de la mente, el miedo a perder esa autonomía a la que como adultos humanos nos acostumbran tanto. Vemos grietas en el romance de la pareja: ella, sin quererlo de verdad, tira los escritos de él en el excusado deja prendido el gas de la estufa; él intenta reconectar con un amor de hace muchos años. Tenemos la sensación de algo inevitable e imposible de sostener. Tanto de Vortex parece banal a primera vista, pero hasta las conversaciones del radio que suena en el fondo nos predisponen a pensar en la muerte, en la memoria, en los rituales que usamos para darle significado, entre tantas otras cosas.
Y por supuesto, nada es menos accidental que sus constantes alusiones al cine: la casa está llena de libros y posters de películas; en algún momento él pone Vampyr de Carl Theodor Dreyer en la televisión. El libro que él está escribiendo, (el que éste sea interpretado por un director tan reconocido como Argento le da una capa adicional de significado) nos da una pista de aquello a lo que le debemos prestar atención. ¿Cuándo parecen él y ella estar en mayor paz? ¿Tan tranquilos y cómodos en la compañía del otro? Debe ser al principio cuando comparten un trago en su terraza, una de las pocas ocasiones en que la película no utiliza la pantalla dividida, un momento de sutil ambigüedad porque aparece antes de que ambos despierten por primera vez y por lo tanto se siente como un sueño–el acto de despertar es acompañado por la pantalla lentamente partiéndose en dos.
Con Vortex, Noé ha creado un doloroso pero emotivo tributo al cine y a la vida diaria. Existimos en realidades simultáneas, pero en la vida hay más que lo que experimentamos despiertos. Hay algo triste en la sugerencia de que sus amantes solo pueden estar verdaderamente juntos en los sueños. ¿Y qué es el cine, sino una oportunidad de soñar? En la oscuridad de una sala, experimentamos la conciencia juntos.
★★★1/2
Vortex está disponible vía streaming en Mubi.