En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Aftersun o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.


(Aftersun; Charlotte Wells, 2022)

¿De qué está hecha la memoria? Es cierto que construimos nuestros recuerdos a partir de lo que experimentamos en la vida real a través de los sentidos. Pero lo que se olvida y lo que permanece pocas veces sigue una lógica clara o está bajo nuestro control. Particularmente cuando estamos en la infancia y las reglas del mundo adulto siguen fuera de nuestra total comprensión. Sensaciones y texturas permanecen más en nuestras mentes que supuestos hitos de nuestras vidas.

Aftersun, la ópera prima de la directora escocesa Charlotte Wells, gira alrededor del acto de recordar. Abre con imágenes tomadas por una cámara de video casera–el video convierte un evento en un artefacto para revivirse cuando uno lo desee–de un padre y su hija jugando en la habitación de un hotel. Sophie (Frankie Corio), de once años, y su padre Calum (Paul Mescal), de treinta, están en un resort de Turquía. Ahí ambos participan en varias actividades recreativas: juegan en la alberca, toman el sol, juegan billar con otros jóvenes huéspedes. Aunque en un país extranjero, pocas veces tratan con locales; las personas con las que interactúan son en su mayoría británicos como ellos. Más que un comentario social (sobre el colonialismo implícito en el turismo quizá), es una situación que refuerza la idea de que este momento es su propia burbuja. Un raro tiempo que Sophie y Calum pueden compartir.

Conocemos poco de ellos, apenas lo que comparten en estos días. Podemos inferir que Calum y la madre de Sophie están separados: Calum le pregunta a Sophie por ella y Sophie le pregunta a él por qué le sigue diciendo “te quiero” si ya no están juntos. Entre Sophie y Calum vemos amor y complicidad. Son padre e hija, pero su trato es de amigos. Intercambian bromas y juegos. Calum habla de sus parejas románticas con Sophie. Unos muchachos en el billar los confunden por hermano y hermana.

El que la película nos diga tan poco sobre ellos se siente intencional, no como una omisión. Wells desarrolla cada situación con casualidad y una energía espontánea. Entramos y salimos de escenas sin una idea clara de qué función sirven dentro de la narrativa. Debemos tratar cada momento como precioso por sí mismo; su importancia solo aparecerá en retrospectiva, es como Sophie los experimenta en el momento. Los eventos fluyen de manera relativamente lineal, pero la película igualmente se pone juguetona con el espacio, jugando con la sensación de desorientación: el cielo de un día se disuelve en el cielo de otro, de manera que los pájaros parecen convertirse en los parapentes usados por otros turistas; o la voz de un personaje aparece, solo instantes después nos damos cuenta de que no corresponde con lo que está pasando. Mescal y Corio tienen excelente química y resultan simpáticos desde el principio. Sus actuaciones son sutiles, pero Wells aumenta su potencia construyendo a su alrededor una atmósfera de ambivalencia y ambigüedad que nos hace buscar significado en los detalles más mundanos, en las miradas y expresiones más mínimas.

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Es así como ocurrencias pequeñas cobran significados enormes. Sophie empieza a hacer amigos, primero con un niño que conoce en un videojuego de carreras, después con otros muchachos un par de años mayores que frecuentan el billar y la alberca. Aparecen como anuncio de la adolescencia a la que Sophie está por entrar: ellos toman y una pareja de ellos se besa muy públicamente, rituales típicos de la edad. Calum, por su parte, deja asomar señales de una frustración y tristeza: se rehúsa a cantar con Sophie en karaoke y cuando ella termina “Losing My Religion”, él hace un comentario un tanto pasivo-agresivo–ella igualmente puede devastarlo sin querer comentando que nunca tiene dinero y preguntando por sus sueños de la infancia. La cálida balada de Blur, “Tender”, que acompaña una plática en la terraza, da lugar a una versión sombría de sí misma, con distorsión en la voz y sin instrumentación. Tal cambio no parece motivado por una ocurrencia de la narrativa, pero nos hace pensar que hay algo oscuro y omitido entre Sophie y Calum.

Aftersun se rehúsa a darnos explicaciones, o a mostrarnos a Sophie y a Calum juntos antes o después de estas vacaciones. Hacerlo rompería esa ilusión fugaz: entendemos que se ven poco, pero en la película pocas veces los vemos separados. La película entonces nos invita a llenar esos huecos con nuestra imaginación o con nuestras propias experiencias. En nuestras relaciones con nuestros propios padres (o figuras que ocuparon ese lugar en nuestras vidas), en sus flaquezas, ausencias y omisiones. En cómo nos pueden herir con pequeños actos sin darse cuenta. En lo mucho que pasan pero que no tenemos edad para comprender en ese momento. ¿Cuántos padres primerizos en verdad se siente listos para ser padres? Su clímax no es uno dramático, sino uno sumido en el mundo de lo irreal, donde las emociones finalmente aparecen en su forma más pura y cruda, pero igualmente poco sigue resuelto. Ahí su poder. Wells ha creado una película usando como materia prima aquellas imágenes, sensaciones que se hacen un lugar en nuestra mente desde temprano, y las ha usado para crear una película igualmente difícil de olvidar.


★★★★