(Elisa Miller, 2023)

Se sabe que David Lynch nunca quiso que se resolviera el misterio central de Twin Peaks. En el episodio piloto de su exitosa serie para la ABC, la joven reina del bachillerato Laura Palmer es encontrada muerta a la orilla de un río. Los varios residentes de Twin Peaks, un pequeño pueblo boscoso del noroeste de Estados Unidos, todos conectados de una forma u otra a Laura, son sospechosos en cierto grado. El genio de la serie es evidente en retrospectiva: la brutal muerte de una mujer joven y bella servía como gancho para que Lynch, con el presupuesto de una gran cadena televisiva, pudiera explorar sus varias obsesiones con los sueños y la cotidianidad de un Estados Unidos rural como aquel en el que nació.

Un principio similar parece operar en Temporada de huracanes. La película de Elisa Miller, basada en la novela del mismo nombre de Fernanda Melchor, igualmente abre con el descubrimiento de un cadáver y salta hacia las personas a su alrededor con la promesa de esclarecer qué sucedió en realidad. La muerta es La Bruja (Edgar Treviño), una mujer trans conocida en el pueblo de La Matosa por organizar fiestas animadas por sexo y drogas desde una vieja quinta. ¿Quién pudo haber terminado con su vida y por qué? La pregunta intriga, pero igualmente sirve para introducirnos a las vidas de los varios habitantes de La Matosa, sus dramas individuales y cómo se llevan como comunidad.

La película salta entonces al punto de vista de Yesenia (Paloma Alvamar), una joven que vive con su abuela (Norma Reyna) y que sospecha que su primo Luismi (Andrés Cordaz) tuvo algo que ver con la muerte de La Bruja. Este primer episodio es un tanto irregular. Es presentado como el testimonio de Yesenia ante la policía, y su voz puede llegar a ser redundante, diciendo en palabras cosas que son evidentes en imagen. Pero es el segmento de la película que mejor aprovecha los huecos que quedan en el caso y el que mejor se sostiene por sí mismo. Lo que Yesenia pudo haber visto se vuelve secundario a su vida diaria. Venimos a simpatizar con ella, constantemente juzgada por su abuela, quien tiene a Luismi, su nieto varón, en un pedestal a pesar de que éste no hace más que vagar y salir de fiesta. El testimonio de Yesenia se vuelve una oportunidad para explorar la doble moral que rige a hombres y mujeres en la comunidad, y en México por extensión. Igualmente plantea una nueva, aunque leve, intriga que nos lleva al siguiente segmento: Yesenia le dice a su abuela que vio a Luismi hacer algo horrible en la fiesta de La Bruja, ¿pero en realidad vio lo que vio? ¿o lo inventó para hacer quedar mal a su primo?

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Capítulos posteriores nos contarán lo que vieron Munra (Guss Morales), pareja de la mamá de Luismi y el único con un carro para dar raites, Norma (Kat Rigoni), una adolescente embarazada que llega huyendo de un padrastro abusivo, y Brando (Ernesto Meléndez), el mejor amigo de Luismi. Cada historia nos cuenta un poco más de qué pasó con la Bruja al mismo tiempo que plantea sus propios misterios–Munra se la pasa llamando a Chabela (Reyna Mendizabal), la madre de Luismi, quien parece enganchada con otro hombre, ¿qué pasó ahí? También le permiten explorar las complicadas actitudes que la comunidad guarda hacia distintos tabús, entre ellos el aborto y la homosexualidad.

La directora Miller le da a la película una atmósfera rica y sensual. Como en su segundo largometraje, El placer es mío, Miller demuestra un ojo para captar los cuerpos de sus personajes sin reducirlos a objetos. Sus dos importantes escenas de intimidad sexual usan el encuadre para resaltar las emociones de los personajes sin tener que mostrar mucho. La primera escena, con el sol cayendo sobre los cuerpos de los niños que encuentran el cadáver de la Bruja, es una imagen impactante. El sudor en la piel de sus personajes, así como los insectos que se escuchan constantemente en la banda sonora, nos transportan a la humedad y las altas temperaturas. La ambientación está en general tan bien lograda que uno resiente de más los detalles que la traicionan. Algunos de los acentos parecen oriundos a una región en particular, pero otros resultan demasiado neutrales, difuminando esa textura específica. Es una triste omisión, considerando lo mucho que el libro de Melchor, que en su redacción se inspiraba en la oralidad de la región, se empeñaba en construir esa autenticidad.

Temporada de huracanes también juega sus cartas importantes demasiado temprano. Desde el segundo recuento de los eventos, ya resulta bastante evidente lo que pasó. Falta llenar los detalles, pero los motivos, el componente dramático de un asesinato, ya no resultan ambiguos. El guion, de Miller y Daniela Gómez, deriva su emoción de cómo las piezas se conectan. No se da el tiempo para que los personajes cobren vida propia, el misterio los abruma. Y las inconsistencias y huecos en este no se sienten como ambigüedades intencionales, diseñados para invitar más preguntas, sino como material que probablemente estaba presente en la novela y fue removido por un motivo u otro.

Quizá el misterio hubiera más efectivo si la caracterización de la Bruja fuera más rica. En su actual encarnación cinematográfica, resulta una figura amorfa, sin pasado ni presente, reducida a los rumores que se cuentan de ella, que solo se manifiesta en acciones que apenas alcanzamos a entrever. La narrativa a su alrededor se siente aún más mecánica, lo único que ofrece es una versión no muy pulida de los giros y sorpresas típicas del género. Temporada de huracanes, en su versión cinematográfica, pierde la oportunidad de humanizar un caso de violencia que, aunque ficticia, guarda un incómodo parecido con la que se vive en la realidad. Aprovecha inteligentemente el gancho del misterio para tocar preocupaciones más sociales, pero tampoco profundiza mucho en ellas.


★★1/2


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