(Max del Río, 2024)

La historia transcurre en Campeche, pero podría ocurrir en cualquier parte de México que no se llame Ciudad de México (e incluso en algunas partes de la Ciudad de México). Tomás (Martín Méndez) es un joven que sueña con hacer películas pero que, al ojo de su familia y sus conocidos, no ha logrado nada importante. No estudia ni trabaja y pasa la mayor parte de sus días haciendo cortometrajes bobos con su mejor y, según parece, único amigo, Paco (Asaf Berrón), un estudiante de preparatoria que le presta su cámara, hace de fotógrafo, actor y lo demás que se necesite. El cine es la vida de Tomás, pero en su ciudad y su estado, dicho oficio no parece tener futuro. Presionado por su papá (Jorge Castro Realpozo) para finalmente hacer algo que le deje dinero, empequeñecido por el éxito de sus viejos compañeros de la escuela, y buscando impresionar a Nora (Addy Arceo), una estudiante de música que acaba de conocer, Tomás decide hacer el mejor, y el único, largometraje de ficción de Campeche.

¿Es verdad que no se ha hecho ninguna película en Campeche? No he corroborado, pero el dato suena correcto. Lo importante es que Tomás lo cree y que es una oportunidad para que La película, la ópera prima de Max del Río, se burle de cómo la producción cinematográfica del país parece concentrarse solo en la capital. Entre los otros blancos de sus chistes: los concursos organizados por las instituciones de gobierno, que reciclan los mismos temas y mensajes que los hagan quedar bien; las comedias comerciales que suelen ser lo primero en lo que el público piensa cuando escucha el término “cine mexicano”; los públicos europeos que solo piensan en las posibilidades exóticas de nuestro país.

Todo esto puede dar la impresión de que La película es una comedia bastante insular, de interés solo para cineastas y cinéfilos empedernidos, pero nada podría estar más lejos de la verdad. El principal blanco de su comedia es uno muy humano. Tomás, quien empieza como uno de esos eternos adolescentes del mumblecore estadounidense (flojo, pero en general bien intencionado), se involucra en enredos cada vez más grandes que brotan de su propio narcicismo y delirios de grandeza. En tierra de ciegos el tuerto es rey y en Campeche, lugar que La película nos presenta como un desierto para la realización cinematográfica, un joven con aspiraciones de director y algo de labia puede convertirse en un pequeño dictador.

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Tomás nos cae bien al inicio por su energía, su creatividad y porque es un soñador frustrado. Cuando su tío le encarga un comercial para su negocio, Tomás no se resiste y le entrega además una parodia del cine de narcos. Qué ofertón. Tomás y La película también tienen un sentido del humor vulgar. Se expresan en groserías y albures–uno de los videos a los que Tomás por los que Tomás es medio famoso se llama “El niño masturbín”–pero esto se siente espontáneo y realista en lugar de desesperado. La película no busca risas fáciles, más bien entiende que así se expresan los varones recién salidos de la adolescencia.

Los personajes secundarios encajan dentro de estereotipos del mundo del arte, pero están interpretados con suficiente convicción para resultar divertidos. Está Lucio (Hernan Castellot), un actor de método que insiste en que todo el tiempo se refieran a él por el nombre de su personaje. Y Jean Paul (Juan Amaro), un pretencioso director de fotografía que en conversación suelta jerga técnica así como inglés y francés para apantallar a los demás–de él proviene lo que parece una capa adicional al chiste de “El niño masturbín”; Jean Paul muestra un cortometraje “artístico” compuesto de pietaje al azar, incluyendo un pene desnud, dejando implícito que lo que un adolescente hace por aburrimiento y lo que circula como cine de arte se parecen más de lo que quisiéramos reconocer.

La meta de Tomás, de hacer una película que ponga el nombre de Campeche en alto, es ingenua pero tierna y en un inicio podemos pensar que La película tomará el mismo camino. Pero ésta, de manera astuta y gradual, se adentra a territorio más oscuro. Haría una buena función doble con Ok, está bien de Gabriela Ivette Sandoval, otra comedia sobre un cineasta frustrado que siente que sus años se le van, pero cuyo narcicismo y victimismo le impiden hacer realidad su propia promesa.

Lejos de ser un héroe de la descentralización cinematográfica, Tomás termina encarnando las peores tendencias que vemos en los artistas–su película, entre otras cosas, es una caricatura oportunista y desinformada de la cultura maya. Su eventual paso a la madurez no nos da la alegría de verlo convertido en mejor persona, sino la sensación de que, considerando todo lo que hizo, salió demasiado bien librado. Es más o menos una bendición cuando la película se separa de él y nos pone en los zapatos de Paco por unos momentos.

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Hay aspectos técnicos de La película que nos hablan de los límites de su producción. En interiores, la iluminación no cubre a sus personajes como lo haría en una producción grande, a veces no se siente acorde con el espacio en el que supuestamente están. Las actuaciones tienen cierta crudeza, como si a sus actores les costara recordar sus diálogos o darles la intención adecuada. Estos diálogos también tienen ecos extraños o se delatan como doblados en postproducción: no es difícil encontrar líneas en las que los movimientos de los labios no se sincronicen con lo que escuchamos. La historia también fluye con un poco de torpeza, con gags y situaciones que se alargan un tanto de más.

Pero ayuda poco detenerse en estos como problemas porque del Río y su equipo son inteligentes al distribuir sus, comparativamente limitados, recursos. Donde el ingenio puede más que el presupuesto, lo vemos reflejado en pantalla. La película tiene un cuidado sentido del lugar: las verdes selvas de Campeche son fotografiadas con tonos que sugieren un clima caliente y húmedo (aquel que seguramente haría de los largos días de rodaje un mayor suplicio). Los edificios de la ciudad son observados con un ojo a aquello que los hace únicos, pero sin exotizarlos; no hay impresionantes tomas panorámicas, los vemos con los ojos de un campechano más. La cámara igualmente se apega a la idea de que la comedia es un plano general y el drama un primer plano: personajes y objetos siempre se acomodan para servir mejor a los chistes o destacar lo absurdo de la situación.

De manera más importante, del Río ha escogido una premisa en la que una realización casera funciona a su favor y no en su contra. Una versión más “profesional” de La película quizá se habría sentido menos honesta, menos congruente con el espíritu y el entorno de sus personajes. La misma crudeza de La película habla de la situación precaria de Tomás; la lamentable realidad económica con la que chocan sus grandes sueños. La falta de equipo o presupuesto, así como la distancia del centro cinematográfico del país, son un obstáculo para su egocéntrico protagonista, pero no para La película. Está hecha con la creatividad y el amor que Tomás quisiera, pero no puede, inyectarle a su propio intento de obra maestra.


★★★1/2


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