Del 18 al 27 de octubre se estará llevando a cabo la edición número 22 del Festival Internacional de Cine de Morelia, una de las celebraciones más importantes del cine mexicano, entre otras cosas. Aquí les comparto mis reseñas de las películas que forman parte de la selección de largometraje de ficción mexicano.

Sujo

(Astrid Rondero & Fernanda Valadez, 2024)

Sujo, la nueva película de Astrid Rondero y Fernanda Valadez, es definitivamente ambiciosa. Cubriendo más de una década, sigue la vida de un muchacho después de que su padre sicario es asesinado. De pequeño, Sujo (Kevin Aguilar) es cuidado por su tía Nemesia (Yadira Pérez); de adolescente (Juan Jesús Varela) sigue los pasos de sus amigos Jai (Alexis Varela) y Jeremy (Jairo Hernández); mientras que de joven adulto es tomado bajo el ala de Susan (Sandra Lorenzano), una maestra de universidad que nota su entusiasmo por aprender.

La estructura, siguiendo a un niño que se convierte en hombre, llama atención a cómo se forman (o se rompen) los patrones y los ciclos de violencia. Sujo es una película sobre lo difícil que es escapar al entorno que nos formó y lo fácil que es repetir los vicios de las personas que nos criaron. Como Sin señas particulares, dirigida por Valadez y también escrita en conjunto con Rondero, trata de ser la historia, no solo de sus personajes, pero también de sus ambientes y obstáculos. Pero a diferencia de aquella película, donde el viaje de una madre que busca a su hijo desaparecido servía como denuncia de la corrupción de las instituciones mexicanas, el enfoque de Sujo se apega más a sus personajes, lo que limita la pertinencia de sus observaciones.

Sujo articula su comentario social a través de arquetipos simples y melodramáticos. Tenemos figuras maternas abnegadas y nobles que darían la vida por los niños a su cuidado, hombres cuya búsqueda del estatus los lleva a la violencia sanguinaria, así como un meloso optimismo en cuanto al poder salvador de la educación. Para una película supuestamente interesada en lo que comparten tanto víctimas como victimarios, sus creencias son desafortunadamente binarias.

Los personajes de Sujo son símbolos más que personas. En las primeras dos partes, que siguen a Sujo de pequeño, se extraña la empatía de otras películas mexicanas como El eco de Tatiana Huezo o Valentina o la serenidad, donde los niños eran figuras guiadas por la curiosidad, más que simples representaciones de la inocencia infantil. La dirección de Valadez y Rondero, con escenas que transcurren en mínima iluminación y pausas prolongadas–un toque efectivo es mostrar al padre de Sujo frecuentemente en silueta o de espaldas, desde el punto de vista del niño; se convierte en una figura fantasmal que no está del todo ahí–se traduce más en pesadez que en importancia. Tratan de sugerir una profundidad que el material simplemente no tiene.

★★

La raya

(Yolanda Cruz, 2024)

La raya

En el retirado y casi abandonado pueblo de La raya, la niña Sotera (Diana Baltazar) y su mejor amigo encuentran un refrigerador que ha llegado ahí de manera inexplicable. Este pequeño incidente, simpático a su manera, es enriquecido por lo que La raya nos muestra alrededor. Los niños entretienen la idea de empezar una tienda antes de decidir venderlo, pero el hilo de esta historia se termina tejiendo con las vidas de las demás personas que hacen de la comunidad lo que es.

Algunos se vuelven reconocibles al instante por alguna característica peculiar. Está Alfredo (José Salof), el tío de Sotera que tiene una granja de gallinas. También un policía que recibe burlas por su delgada complexión, empequeñecido por su holgado uniforme. Sandra (Mónica del Carmen) es madrina de Sotera y la propietaria de una tienda alrededor de la cual gira toda la actividad del pueblo. Es ahí donde los habitantes de La raya envían mensajes por altavoz y reciben las remesas de sus parientes en Estados Unidos.

La película trata sobre los pueblos que dejan atrás aquellos migrantes que buscan trabajo, un tema ya bastante explorado, pero que se resiste a presentar en términos simples. La raya no es solo un lugar que se abandona pero también uno donde la vida sigue, que se sostiene con el dinero de gente que vive a miles de kilómetros de distancia pero que se mantiene vivo por las personas que siguen ahí. Entre el techo dañado de la escuela y los preparativos para la fiesta de aniversario, hay mucho que hacer.

La raya es el segundo largometraje de la directora Yolanda Cruz y en su realización hay detalles que brincan como desperfectos. El trabajo de cámara, el montaje y algunas de las actuaciones pueden sentirse algo tiesos y rudimentarios. Pero esta misma crudeza también se traduce en una liberadora espontaneidad. Una película más convencional quizá habría sacrificado a las personas a su alrededor haciendo un conflicto más grande de que el papá de Sotera quiere llevársela a Estados Unidos.

La raya le guarda verdadero cariño a su protagonista, pero la entiende también como inseparable de la comunidad que la vio crecer. El resultado es una película dulce y sincera, que puede saltar hábilmente entre el juego infantil y el arrepentimiento adulto; entre el humor compartido por personas que se conocen íntimamente y la soledad.

★★★

Chicharras

(Luna Marán, 2024)

Chicharras

Los grandes proyectos de infraestructura suelen verse de una de dos formas. O son un paso necesario para el progreso (un término que se tiende a definir de manera confusa y ambigua, ¿progreso de qué forma y para quién?) o empresas destructivas que solo sirven los intereses de alguna corporación que viene de fuera. ¿Qué pasa si quizá la realidad se encuentra en algún punto medio? ¿Y qué pasa con los más directamente afectados, cuyas voces se suelen escuchar menos? Éstas parecen ser las preguntar que motivan a Chicharras.

En el pueblo de San Pablo Begú está por iniciar la construcción de una carretera de cuatro carriles que bien podría traerles prosperidad o arruinar su forma de vida para siempre. Hay un problema: la compañía encargada ha consultado con todas las autoridades pertinentes menos con las del pueblo. Los camiones de volteo y demás maquinaria agarran a sus habitantes de sorpresa.

Este evento desencadena un intenso pero amigable debate donde juegan la historia y el futuro del pueblo. Hay puntos a favor y puntos en contra, pero el pueblo nunca se divide en bandos rivales. Lo que vemos es más bien una reflexión sobre sus raíces y su continua existencia, las cuales articulan con pasión e inteligencia.

Mucha de la duración de Chicharras se dedica a mostrar estas discusiones. Pero el resultado nunca es una experiencia seca ni solemne. Hay toques de humor. Cuando el convoy llega a la comunidad, los choferes tienen que esperar al alcalde que se está saliendo de bañarse. Cuando el ruido de una fiesta de los jóvenes obliga a uno de los policías a calmar el alboroto, éste termina platicando y tomando con ellos. Momentos como éste resaltan que lo humano no puede separarse del político. En San Pablo Begú, los servidores públicos también son vecinos, amigos y familia. La comunidad está integrada y tejida de cerca.

Los créditos de Chicharras son engañosos. Aunque algunas fichas técnicas señalan a Luna Marán como directora, la misma película se identifica como una película de Guelatao, su pueblo natal. Al inicio de la película, una larga lista de nombres, sin puestos ni jerarquías, nos informa de los responsables de su creación. No es en vano, pues Chicharras se siente verdaderamente como una creación coral en la que cada voz es tan importante como la que sigue. Para el final, muchos hilos narrativos han quedado sin cerrarse, pero la película nos ha mostrado algo enormemente valioso. No una celebración ni una condena de los grandes proyectos de infraestructura, sino una mirada detallada y cálida a la vida de una comunidad.

★★★★

Hombres íntegros

(Alejandro Andrade Pease, 2024)

Hombres íntegros

Hombres íntegros empieza como una película y termina como otra. Éstas dos películas en un principio se contradicen pero finalmente complementan (precisamente por la forma en que se contradicen). La primera de ellas es una historia de amor adolescente gay, con todos sus sellos. Alf (Andrés Revo) regresa a México después de un tiempo en un internado en Estados Unidos. Ahí conoce a Oliver (Joaquín Emanuel), un músico hacia quien experimenta una atracción que no se puede permitir.

El deseo viene acompañado de la represión, tanto el de una sociedad conservadora como el que el mismo Alf ha internalizado. Alf no solo asiste a un bachillerato católico prestigioso y caro, también tiene un círculo de amigos obsesionados con la fiesta y el sexo que no verían con buenos ojos sus sentimientos hacia otro muchacho. Esta parte de la película fluye de manera irregular. El ambiente de privilegio se siente incidental a la historia y el director Alejando Andrade Pease no logra que el deseo de Alf resulte verdaderamente palpable.

Es en la segunda parte, en un giro de eventos que es a la vez impactante y congruente con todo lo que vino antes, donde algo finalmente conecta. La observación más inteligente de Hombres íntegros está en cómo las amistades masculinas pueden ser al mismo tiempo homofóbicas y homoeróticas. Dentro del grupo de amigos de Alf, cualquier señal de homosexualidad es blanco de burlas y castigos, pero la única intimidad y aprobación han de encontrarla entre ellos mismos.

Añádasele a esto las burbujas creadas por sus ricas familias y su colegio y el resultado es un pacto siniestro entre pequeños hombres que se creen intocables (para el final de la película queda claro que el título es muy irónico). En uno de sus momentos más perturbadores y filosos, Alf y su grupo recitan el padre nuestro después de haber cometido una serie de actos horrorosos.

El mayor mérito de Hombres íntegros se encuentra en sus temas y en cómo logra hilarlos. Su ejecución, desafortunadamente, no está a la altura de ellos. Sus personajes quedan apenas delineados y la dirección es similarmente plana, limitada a mostrar funcionalmente lo que pasa en la historia sin atmósfera o sentimiento más allá del obvio. La película entonces es ocasionalmente astuta, pero nunca tan poderosa o reveladora como pudiera ser.

★★1/2

El hijo de su padre

(Aarón Fernández, 2024)

El hijo de su padre

El hijo de su padre es una película algo dispersa, pero en esa misma dispersión encuentra un retrato matizado de la paternidad. Daniel Damuzi interpreta a Gabriel, un escritor y periodista que además es padre soltero. Después de la fiesta de cumpleaños de su hijo, Roque (Samuel Pérez), Gabriel recibe la noticia que su madre Esther (Zaide Silvia Gutiérrez) ha decidido vender su casa, decisión a la cual Gabriel se opone.

Los motivos de Gabriel, se nos sugiere, tienen algo que ver con su relación con su propio padre, de la cual sabemos más a medida que la película progresa. Pero lo hacemos de manera muy gradual. Mucha de la duración de la película nos muestra el día a día de Gabriel: su trabajo, sus amistades, un proyecto de escritura que no se anima a empezar y un nuevo romance con una poeta llamada Lucero (Ana Sofía Gatica).

La más importante de sus relaciones es por supuesto, la que tiene con Roque, quien al inicio de la película emerge como un personaje con su propia agencia en lugar de solo una tierna criatura. Detrás de sus alborotos y pleitos en la escuela podemos ver verdaderas frustraciones y emociones, que en parte se deben al hueco dejado por su madre, quien se separó de Gabriel en circunstancias amigables.

El hijo de su padre no siempre conecta sus hilos narrativos limpiamente y las actuaciones pueden caer en un registro bajo que les roba el humor y la espontaneidad de interacciones reales; como si la película estuviera más preocupada por convencernos de la seriedad de sus temas que en mostrar un verdadero y amplio espectro de emociones.

Pero estas asperezas se pueden pasar por alto fácilmente porque la película captura el lado práctico y personal de la paternidad con ternura y empatía. Problemas diarios, como el tener que encontrar quién cuide a Roque, o el establecer límites y regaños, ayudan a que sus escenas se sientan aterrizadas en la realidad. Y las distintas actitudes que Gabriel adopta (a ratos es apegado y amoroso, en otros parece imaginarse libre de Roque) nos hablan de un conflicto con sus propios deseos y su percepción de sí mismo.

El hijo de su padre se trata finalmente de cómo lo que no sanamos como hijos lo repetimos como padres. La idea puede no ser demasiado original, pero la película la lleva por diferentes avenidas, no siempre las que esperamos. Su conclusión quizá no se siente satisfactoria de una manera convencional, pero sí honesta y para nada trillada ni melodramática.

★★★

La cocina

(Alonso Ruizpalacios, 2024)

La cocina

En las entrañas de un elegante restaurante de Manhattan se cuece un día especialmente tenso. De la caja fuerte han desaparecido 800 dólares y la gerencia está encargada de averiguar quién entre los empleados es responsable. El equipo, que se compone de numerosos cocineros y meseros, tiene sus propios líos, lo que complica la investigación. La atención de todos está puesta sobre Pedro (Raúl Briones), un inmigrante mexicano que más recientemente se peleó con uno de sus compañeros, y Julia (Rooney Mara), con quien lleva un romance casual pero conflictivo que ha resultado en un embarazo.

La cocina, la nueva película de Alonso Ruizpalacios, tiene sus raíces en una obra de teatro y aprovecha la limitación en el espacio y el tiempo para construir una insoportable tensión. Se desarrolla en el espacio de una jornada laboral y fuera de su prólogo, nunca va más allá del restaurante y su callejón trasero. Lo que sea que sus personajes tienen que tratar entre ellos debe sumarse a las presiones de mantener el establecimiento operando con eficiencia.

La estructura de La cocina es dictada por la rutina de trabajo. La secuencia del “rush” de la hora del lonche tiene la intensidad de un clímax, pero es seguida por un prolongado momento de descanso en los que comparten cigarros y cuentan sus sueños. Ruizpalacios se da permiso de que cada secuencia dure un poco más de lo necesario para avanzar la trama y se deleita con escuchar las voces y la jerga de sus personajes. Pero escenas, como una que solo puedo describir como una Torre de Babel de insultos, o un monólogo sobre un encuentro extraterrestre en la isla de Ellis, ayudan a que sus personajes y el ambiente cobren verdadera vida.

El estilo de la película es virtuoso y deslumbrante, pero no se siente como un gesto vacío, pues contribuye a una atmósfera muy deliberada. Los toques de color–en una fotografía principalmente en blanco y negro–acentúan momentos importantes, sus planos secuencia la presión creada por el tiempo y los barridos en la fotografía capturan cómo una recién llegada percibe el caos de Nueva York.

El corazón de la película es Pedro y la caracterización creada por el guion y la actuación de Briones. Su intensidad y carisma nos atrapan desde el principio. Pedro responde a la explotación con altanería y argumentos articulados, pero cuando esa intensidad se presta para iniciar alborotos y no solo para defenderse, nuestros sentimientos se complican. Es uno de los muchos nudos en el estómago que nos genera una película que, más que contar una historia, trata de ser toda una experiencia.

★★★★

Violentas mariposas

(Adolfo Dávila, 2024)

Violentas mariposas

¿Qué es el punk? La palabra se ha usado tanto que cuesta discernir su verdadero significado. ¿Es solo una estética que se puede adoptar en la ropa o en la música? ¿Es el rebelarse contra la autoridad solo porque sí? ¿O hay en él una filosofía verdaderamente capaz de cambiar al mundo para bien? De ser así, ¿cuál es la mejor forma de llegar a este mundo mejor? ¿Reformando gradualmente un sistema imperfecto? ¿O destruyéndolo todo en un acto de violencia revolucionaria? Estas preguntas aparecen constantemente, de una forma u otra, a lo largo de Violentas mariposas.

Víktor (Alejandro Porter) es un estudiante de filosofía que, tras la muerte de su padre periodista, se sume en una angustia que uno de sus maestros interpreta como anarquismo o nihilismo, dependiendo de la ocasión. Víktor no cree en el sistema que existe, ni en la protesta por medios pacíficos. No obstante, tampoco se anima a hacer algo más radical o disruptivo que el grafiti o la poesía.

Violentas mariposas empieza de manera más o menos convencional, como la historia de un romance juvenil que resulta especialmente formativo para el carácter de un muchacho. Mientras hace una de sus pintas, Víktor conoce a Eva (Diana Laura Di), la cantante de una banda de punk a la que le agrada desde el principio. Aunque unidos por sus frustraciones hacia la sociedad mexicana, Víktor y Eva difieren en cómo transformarla. Ella es una estudiante de leyes que trabaja para una comisión de derechos para la mujer y cree que con eso puede hacer una diferencia.

Aunque Eva tiene trazos de ese interés romántico que se ve constantemente en las películas sobre la juventud, Violentas mariposas la enriquece con simpáticos matices y demuestra un interés genuino en su vida. Aunque su banda es todo gritos y guitarras ruidosas, Eva también es una fanática del jazz. Las escenas en las que acompaña a una mujer a conseguir una orden de restricción contra su esposo abusivo remarcan la importancia su misión, pero también el palpable entusiasmo con que se entrega a ella.

El guion, del director Adolfo Dávila, desafortunadamente peca de sensacionalista. La segunda mitad de la película gira alrededor de un acto de violencia tan súbito como chocante. Después de mostrarnos personajes que tienen más debajo de la superficie, opta por inventarse un trío de villanos tan simples y planos para avanzar su historia. Es shock hueco y clichés, presentados como un intento de empatía con el sufrimiento de una mujer. No es un grito de batalla ni una llamada a despertar, sino más de lo mismo.

★★

Un cuento de pescadores

(Edgar Nito, 2024)

Un cuento de pescadores

Un cuento de pescadores apunta al terror folclórico mexicano con una historia basada en una leyenda del Lago de Pátzcuaro en Michoacán. La acción se desarrolla dentro de un pueblo que se sostiene de la pesca. Como en toda comunidad pequeña, pareciera que todos se conocen y algo tienen que ver el uno con el otro. Este mundo es integrado por un elenco impresionante que incluye a Andrés Delgado, Renata Vaca, Hoze Meléndez, Mercedes Hernández y Noé Hernández.

Como sucede en películas de terror como Tiburón de Steven Spielberg o La niebla de John Carpenter, Un cuento de pescadores gana mucho al mostrarnos los dramas internos y relaciones que sostienen esta comunidad. Muchos de estos enredos son de carácter romántico: afectos sin corresponder, triángulos amorosos y encuentros casuales (la película posee una cachondez que es refrescante entre el cine comercial actual). A la tensión contribuye también su frágil ecosistema. Cualquier amenaza hacia la pesca es inflamada por las supersticiones locales y corre el riesgo de convertirse en histeria colectiva.

La fotografía apunta a un estilo realista en lo que a movimientos de cámara e iluminación se refiere (pero aun cuando mucha de la acción transcurre de noche, encuentra soluciones para no sacrificar la claridad de lo que hay en pantalla). No obstante, la película construye una atmósfera gracias a las costumbres y fiestas del pueblo, sus preciosos paisajes, sus locaciones reales, y una chirriante música de cuerdas que nos predisponen a la incomodidad y paranoia antes de que aparezcan sus elementos más sobrenaturales.

Un cuento de pescadores trata de capturar un miedo intangible y misterioso. Que tiene sus raíces en el pasado pero que se transmite a la actualidad de manera casi etérea. Quizá por eso se toma libertades con la lógica y presenta sus ocurrencias como algo que sigue siendo inexplicable. Esto contribuye a la atmósfera, pero no necesariamente a construir una película de terror particularmente efectiva.

Un cuento de pescadores nos da finalmente pocas razones para involucrarnos en lo que pasa en ella. La película es más tediosa que mala. Crea muchos pleitos personales, pero nunca un drama coherente que crezca gradualmente, que sostenga esa tensión y la resuelva (o la mantenga latente). Que nos emocione o incomode y que provoque algo más que confusión. Que convierta sus imágenes chocantes en verdaderos sustos.

★★1/2

Lázaro de noche

(Nicolás Pereda, 2024)

Lázaro de noche

Lázaro de noche es otro divertido y fascinante juego con la realidad y la ficción de la mano de Nicolás Pereda. Su equipo usual de actores, que incluye a Lázaro Gabino Rodríguez, Luisa Pardo, Francisco Barreiro y Teresita Sánchez, de nuevo interpreta, si no a ellos mismos, a personajes muy inspirados en sus vidas reales. El estilo de Pereda, compuesto por tomas largas, diálogos cotidianos y silencios prolongados, dan en un principio la impresión de seriedad, pero la realidad es que la película, por lo menos en su primera parte, resulta bastante divertida. Su decisión de colocar la cámara a distancia resalta el absurdo de las situaciones en lugar de involucrarnos de manera convencional en sus pequeños dramas.

¿De qué nos podemos reír en Lázaro de noche? Están los intentos de Lázaro (Rodríguez), un actor casual, por hacerse de un papel en una película dirigida por Esquivel (Gabriel Nuncio), al punto de aparecerse en su casa sin avisar. Está la pila de secretos sobre secretos que arranca cuando Luisa (Pardo), la novia de Lázaro, tiene una aventura con Barreiro (Barreiro), un amigo de él, también actor. Todos parecen no tener problema con lo que pasó, pero insisten en ocultar lo que saben o lo que saben que otros saben, lo que termina con ellos hablando en oraciones barrocas para más o menos darse a entender.

Lázaro de noche termina llevándonos por diferentes episodios que no siguen una unidad tradicional. El presente cede al pasado y las vidas de sus personajes dan lugar a sus propios escritos y reinterpretaciones de historias ya conocidas (sin decir mucho, el último segmento de la película está inspirado en una versión del cuento de Aladino). Como Jean-Luc Godard, Pereda parece armar sus películas a partir de lo que sea que le interesa al momento de hacerlas. Se divierte con experimentar solo porque sí–el estilo realista tiene desviaciones azarosas, como una escena en la que Lázaro discute con su madre y la cámara se mantiene en el cuarto vacío pero el sonido parece seguirlos a ellos. Lázaro de noche es un constante cuestionamiento de la capacidad del cine para construir realidades. No llega a un punto, pero crea una atmósfera en la que todo es posible y permitido. Y es frecuentemente un encanto.

★★★1/2

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