(Pas de vagues; Teddy Lussi-Modeste, 2025)

La idea de una película como No hagas olas, sobre un maestro de preparatoria denunciado falsamente por acoso sexual, se lee diferente después del #MeToo. El tema toma dimensiones aún más complicadas después de un movimiento dedicado a tratar con mayor seriedad y consecuencias las acusaciones de mujeres contra hombres que abusan de ellas. Sin una mano delicada, No hagas olas podría haberse convertido en uno de esos discursos diseñados panfletariamente para quitarle legitimidad. De esos que insisten en los presuntos daños que las acusaciones falsas provocan en las vidas y carreras de los hombres señalados.

No hagas olas ofrece una imagen de lo que pasaría en este (vale la pena señalar, raro) escenario. Julien (François Civil), es un maestro de literatura a quien conocemos enseñando sobre el poeta Pierre de Ronsard. Como toda buena primera escena, ésta nos da mucha información importante sin que sintamos que eso busca hacer.

La dinámica entre el maestro y sus estudiantes se nos comunica con claridad en estos primeros minutos. Cuando un chico termina de leer un fragmento, Julien ofrece palabras de apoyo con una visible sonrisa, estableciéndolo como un maestro atento y alentador, preocupado sinceramente con el aprendizaje de sus chicos. El tema romántico del poema desemboca en un alboroto, que nos permite conocer a los alumnos más revoltosos, quienes cobrarán mayor importancia más adelante; también resalta la habilidad de Julien para resolver conflictos de manera diplomática y amigable. Por último, vemos el incidente que inspira la acusación. Para explicar el asteísmo, Julien se dirige a la tímida y callada Leslie (Toscane Duquesne) y ofrece un ejemplo que sus compañeros interpretan como un piropo, algo por supuesto inapropiado.

La inocencia de Julien nunca es tema de duda. Su comentario se siente fuera de lugar y la incomodidad de Leslie es evidente, pero la película no da indicación de que él tiene malas intenciones. Cuando la escuela lo reúne con Leslie y Steve (Armindo Alves), el hermano y guardián legal de ella, Julien se muestra confundido pero receptivo al proceso, señal de que no tiene nada que esconder y que su interés principal es que las cosas se aclaren. Una revelación posterior obra hacia construir más simpatía por él. Julien vive con su pareja sentimental, Walid (Shaïn Boumedine), otro hombre. Por un lado, podemos concluir que, como un hombre gay en una relación que luce amorosa y comprometida, él no tendría por qué interesarse en una mujer, mucho menos en una de sus alumnas. Por otro, el escrutinio al que se expone estando al centro de la investigación se entrelaza con el prejuicio y persecución que experimenta como hombre gay.

Tanto como la película quiere ponernos del lado de Julien resaltando las injusticias que se encuentra–por ejemplo, no puede denunciar las amenazas de muerte que recibe de Steve; sus colegas insisten en que revele su orientación sexual para calmar las especulaciones–tampoco quiere ponernos en contra de Leslie. Su lectura de los gestos de Julien es finalmente errónea, pero no es ilógica desde su experiencia y punto de vista. La acusación también parece hecha a regañadientes, no porque el deseo de hundir la carrera de Julien brote naturalmente de ella.

Aunque la narración se concentra casi totalmente en Julien (apenas vemos momentos de los que él no es partícipe o testigo directo), los fragmentos que alcanzamos a ver de la vida de Leslie nos permiten armar el rompecabezas. Si ella no ha sufrido aquello de lo que acusa a Julien, pero sí otras cosas. Cuando lo conocemos, su hermano se muestra prepotente y violento. Es una reacción comprensible ante lo que le dicen que su hermana ha sufrido. Pero más adelante, su enojo se traduce a una venganza dirigida específicamente a Julien, con pocos tintes de preocupación por el bienestar de la niña. Es una ventana a una vida doméstica de miedo constante. Algo similar vemos en el salón de clases: una jerarquía claramente estructurada a la que Leslie se debe someter (y no hacer olas) para sobrevivir.

Nuestra idea de Julien también se matiza conforme la película avanza. A medida que los eventos se reconstruyen, aparece un antecedente importante: Julien saliéndose de las normas de la escuela para invitar a comer a sus alumnos más destacados. Es un gesto que, sus colegas insisten, puede ser percibido como favoritismo y dividir al grupo. Presionado por Walid mientras discuten el asunto, se revela una motivación más o menos egoísta: Julien no solo quiere ser un buen maestro, quiere ser percibido como un gran maestro, de esos que cambian las vidas de quienes pasan por su salón.

No hagas olas funciona mejor cuando usa su premisa, no para victimizar a Julien, sino para la ilustrar la complejidad de un ambiente como el de la escuela. Cuando explora esa área gris entre la afabilidad que se forma entre alumnos y maestros y los claros límites y distancia que se deben guardar para que funcione lo que, a final de cuentas, es una relación fundamentalmente asimétrica. Se aprecia su mirada a una Francia actual y multicultural en la que personas de distintos trasfondos y raíces coexisten.

Pero su dirección plana, enmarcada cuadradamente en el realismo de cámara en mano–su principal desviación es un uso no diegético de Las cuatro estaciones de Vivaldi para señalar momentos particularmente dramáticos–nunca se traduce en un ambiente que de verdad cobra vida. El final de la película, aunque inquietante por lo que sugiere, no se siente como un cierre natural, sino una interrupción abrupta a una historia que no se sabía cómo concluir. Y, después de mucho tiempo de construir simpatía alrededor de Leslie, la película parece olvidarse de ella una vez que ha cumplido su función. Es una omisión triste considerando que es el personaje que, tomando en cuenta todo lo que pasa, ha sufrido más.


★★★


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