(Roy Ambriz & Arturo Ambriz; 2025)
Antes de ver Soy Frankelda ya me había encontrado con dos historias prácticamente opuestas que se habían contado sobre ella. La primera la pintaba como un parteaguas de la animación: el primer largometraje mexicano de stop-motion, una obra de puro corazón y ambición apadrinada por el mismísimo Guillermo del Toro, que debe verse en cines casi como deber patriótico. En la segunda, que llega a mí a través de personas que vieron una versión preliminar en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara, Soy Frankelda es un desastre: una película visualmente creativa pero con una historia incoherente, subtramas innecesarias, un tono demasiado oscuro para niños y demasiado soso para adultos. Repito estas historias para ilustrar las expectativas con las que llegué a la película y porque, después de haberla visto, ambas me parecen tener algo de razón.
La trama, que tengo entendido es una precuela a una serie animada para HBO Max, es al mismo tiempo demasiado simple, demasiado enredada y más o menos irrelevante. En el México del siglo XIX, la niña Francisca Imelda (voz de Mireya Mendoza), sueña con convertirse en escritora. Pero cuando su madre, una pintora que fomenta su creatividad, muere de una súbita enfermedad, Francisca pasa al cuidado de familiares que tratan de extinguir sus aspiraciones.
Paralelo a este mundo existe otro, llamado el Topus Terrentus, de donde brotan las pesadillas de la humanidad. Éste se encuentra amenazado por Procustes, (Luis Leonardo Suárez), un cuentista mediocre encargado de componer dichas pesadillas. El príncipe Herneval (Arturo Mercado Jr.), quien de pequeño se encontró con los cuentos de Francisca, está convencido de que ella sería una mejor “pesadillera” y la invita a su mundo. Ella, ahora una joven cansada del rechazo, acepta ir con él después de cambiar su nombre dramáticamente a Frankelda.
La historia de Soy Frankelda delinea entonces un comentario sobre el proceso creativo en general. Frankelda encuentra resistencia y censura en su familia, que considera que la escritura no es una labor para una mujer; en los habitantes del pueblo que la tiran a loca; y en el editor de libros, quien le dice que la literatura debe reflejar la realidad y no crear mundos fantásticos como Frankelda hace en sus cuentos. Procustes, el villano principal de la película, encarna la idea más rígida y formulaica de las historias. Sus discursos repiten los conceptos de muchos manuales de escritura, pero sus propias creaciones carecen de emoción y originalidad.
Dicho esto, me queda claro que Soy Frankelda trata de apegarse a esas mismas reglas, pero con resultados irregulares. Tiene personajes con objetivos y personalidades más o menos delineadas, claros héroes y villanos y un inicio, desarrollo y desenlace. Pero desde el inicio, la película es demasiado dispersa y caótica. Personajes, conceptos y reglas del mundo de los sustos son presentados a un ritmo abrumador. Líneas argumentales importantes, como el romance que florece entre Frankelda y Herneval, avanzan con poca o ninguna justificación. La trama se desarrolla como una serie de confusiones bastante endebles–pareciera que la característica principal de Frankelda es que es rápida a enojarse y sacar conclusiones–y se entorpece con constantes números musicales que la frenan en seco.

¿Creo que esto basta para hacerla una mala película? Ayuda comparar a Soy Frankelda con otra oscura fantasía de la animación mexicana. Ana y Bruno, de Carlos Carrera, contaba su historia con efectividad y disciplina, pero su impacto emocional sufría como consecuencia de una animación por computadora que podía lucir primitiva y plástica.
Con Soy Frankelda ocurre lo contrario. Solo pude disfrutarla de verdad cuando dejé de buscarle sentido a su historia y me entregué puramente a su espectáculo. Es un trabajo que desborda imaginación y habilidad manual. Sus criaturas, incluso aquellas que aparecen por un minuto o menos, parecen haber sido ideadas de manera obsesiva, mezclando animales reales con influencias de un vasto catálogo mitológico. Herneval y sus padres son delicadas y majestuosas aves humanoides, Procustes algo así como una araña con cabeza de sapo de muchos ojos. En algún momento, Herneval y Frankelda viajan por el mar en un dragón con un barco de velas en el dorso. A ratos, el stop-motion tradicional no basta para sus ambiciones. En sus momentos más frenéticos, sus marionetas y escenarios se convierten en pintura de formas abstractas y difusas.
Hay detalles en los que se asoman los límites de su producción. La iluminación de ciertas escenas puede ser bastante plana. Sus personajes y escenarios pueden hacernos pensar más en los materiales de los que están hechos y no en lo que buscan representar. Pero esto solo le da un encanto adicional, el de creaciones humanas artesanales hechas con más ingenio, dedicación y cariño que dinero.
Los comentarios más negativos que escuché sobre Soy Frankelda la hacían sonar como la Megalópolis de la animación mexicana. Creo que hay algo de verdad en ello, pues ambas son películas de enorme ambición, ocasionalmente brillantes, que contra todo pronóstico se hicieron y recibieron un estreno masivo. Soy Frankelda se escapa de la rígida lógica económica que suele regir a los inofensivos grandes estrenos que vemos en el cine para niños. Entrega algo vivo, psicodélico en una escala que solo es posible gracias a un equipo numeroso de técnicos capaces y una inversión multimillonaria.
¿Soy Frankelda es una película para niños? Es demasiado violenta, oscura y fantasmagórica para ello. ¿Es entonces una para adolescentes y adultos con gusto por el horror y la fantasía? Sus diálogos, demasiado planos y directos, parecen pensados para espectadores mucho más pequeños. No creo que esto le impida encontrar gente que la ame con sinceridad. Se siente como una de esas películas que vimos cuando éramos demasiado chicos, pero cuyos sustos y momentos perturbadores recordamos con humor y afecto. ¿Soy Frankelda es la película que demuestra que la animación mexicana está lista para competir con las industrias del resto del mundo? Creo que no, pero es algo más bizarro, singular que las películas taquilleras que nos llegan principalmente de Estados Unidos y merece que la atesoremos como tal. Pienso que a Frankelda le gustaría saber que su película no se parece a las de los demás.
★★★1/2
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