(Sorry Baby; Eva Victor, 2025)

Lo siento, cariño, la sólida y perceptiva ópera prima de le directore Eva Victor, es una película que gira alrededor de una violación, pero es también una película sobre la dificultad de hacerle sentido a una experiencia como ésta, comunicarla y encontrar comprensión en los demás. Este enfoque explica una narrativa más o menos revuelta, que nos reta al momento de conectar los eventos que ocurren en ella. Al inicio, Agnes (Victor) está emocionada por la visita de Lydie (Naomi Ackie), su mejor amiga. Agnes acaba de conseguir un empleo de tiempo completo como maestra en la universidad donde ambas estudiaron, el fruto ansiado de años de trabajo. Lydie se acaba de casar con otra mujer y está embarazada. Pero la felicidad de su reencuentro se ve opacada por la sombra de eventos pasados. Durante una reunión de compañeros de posgrado, la mera mención del nombre de su asesor de tesis basta para inquietar a Agnes. Lydie responde poniendo su mano en el regazo de ella, una señal de apoyo y compañía frente a un dolor que sería demasiado incómodo, complicado y, en ese momento, inútil compartir.

La trama salta entre varios años, aunque estos no están marcados numéricamente sino con nombres que aluden a eventos significativos, lo que por supuesto dificulta un poco ponerlos en orden. En su tiempo como estudiantes, el profesor Preston Decker (Louis Cancelmi) guía a ambas en sus respectivos proyectos de titulación, pero desarrolla un claro favoritismo por Agnes que es en cierto nivel correspondido. Algo que dificulta entender los casos de violación, tanto para las mismas víctimas como para las personas a su alrededor, son esas cosas que pudieran percibirse como áreas grises en la relación con el perpetrador. Agnes y Decker tienen un intercambio amigable en el contexto de la escuela. Previo a cualquier avance de él, Agnes habla sobre Decker dejando ver cierta atracción y entreteniendo la posibilidad de una relación consensuada.

Pero saliendo una noche de la casa de Decker, quien la había invitado con el pretexto de revisar su tesis, Agnes relata una detallada y perturbadora historia con una conclusión inescapable: él la violó. El acto en sí no lo vemos, aunque esto no debe tomarse como señal de que debemos desconfiar de las palabras de Agnes sino como un adelanto de las ambigüedades y dudas que ella experimentará más adelante.

Cuando le piden detalles sobre lo que sucedió, Agnes duda de describir a Decker como su atacante. Tiempo después, convocada para servir como jurado en un caso diferente, también se niega a decir que fue víctima de un crimen–queda implícito que Agnes no denunció; en uno de los precisos toques de comedia de la película, ella termina diciendo que la ley no tiene sentido, momento que es seguido por la reacción sorprendida del juez.

Agnes es revictimizada en interacciones posteriores. El doctor que la entrevista en el hospital la obliga a revivir el evento con preguntas de rigidez y frialdad burocrática. Las funcionarias de recursos humanos que tratan su caso dentro de la universidad la convocan solo para decirle que no pueden hacer nada en realidad; cuando insisten que ellas mismas son mujeres, no es para mostrar empatía o sugerir que ellas pudieron sufrir algo parecido, sino para que Agnes no cuestione su criterio y autoridad. Personas como ellos, en teoría, quieren ayudar. Pero el tono y las palabras que, quizá inconscientemente, usan para expresarse, solo añade a la alienación de Agnes.

Su soledad es palpable. Pero, a manera de contraste, la película también nos muestra pruebas indiscutibles de bondad y empatía. Algunas vienen de sus personajes masculinos. Lucas Hedges interpreta a Gavin, un vecino medio atolondrado pero de buenas intenciones con quien Agnes empieza una relación romántica. John Carroll Lynch tiene un breve pero importante papel como el dueño de una tienda de sándwiches que la descubre en pleno ataque de pánico y la tranquiliza con ejercicios de respiración profunda, una comida y un oído comprensivo. La mayor empatía, sin embargo, es la que Agnes encuentra en Lydie. Cuando Agnes dice que pensó en quemar la oficina de Decker en un acto de venganza, Lydie se ofrece a hacerlo ella misma; su tono serio nos dice que ella es definitivamente capaz de hacerlo. Su acompañamiento y conversaciones, no obstante, terminan siendo un apoyo mayor que cualquier intento de voltear la violencia hacia su agresor.

Las relaciones que Agnes forma con cada uno de ellos no son realmente subtramas, pues ninguna de ellas está definida por un punto u objetivo claros–otra relación importante: la que desarrolla con un gato que encuentra en la calle y decide adoptar bajo el nombre de Olga. Pero una unidad igualmente emerge. Son relevantes para la película porque son importantes para Agnes. En sus intentos por comportarse como amiga, pareja, cuidadora, profesora o meramente como adulta funcional, estamos atentos a sutiles repercusiones de lo que ella sufrió; el efecto que una ruptura traumática de la intimidad y la integridad física puede tener al momento de relacionarse con otros–una sutileza similar opera en su tratamiento del género: una escena en la que Agnes dibuja un círculo entre los espacios de masculino y femenino en un formulario sugiere la posibilidad de que Agnes, como Victor en la vida real, es de género no binario.

Dados los detalles superficiales de su historia, es tentador comparar a Lo siento, cariño con Cacería de brujas de Luca Guadagnino, otra película reciente que igualmente trata de una estudiante universitaria que es abusada por su profesor. De las dos, Lo siento, cariño me parece la película más humana, más preocupada con el pensar y sentir de la víctima, pero hay un aspecto en donde la de Guadagnino resulta una experiencia más rica. En aquella, las claustrofóbicas miradas a los rostros o los cortes a sus manos hablaban de un uso consciente del lenguaje cinematográfico para insertarnos en la experiencia de sus personajes. Lo siento, cariño tiene un par de momentos así, uno cerca del otro. Imágenes de la casa de Decker la tarde de la violación y de Agnes manejando de regreso se sostienen por tanto tiempo que comunican una insoportable incomodidad y tensión.

En otros momentos, la realización se siente meramente convencional. No entorpece la historia, pero tampoco añade mucho. La primera vez que Agnes relata su experiencia es en un apretado primer plano de su rostro, pero el impacto se diluye en parte porque se parece tanto a los demás planos de la película. A nivel dramático, Lo siento, cariño entiende cómo la experiencia de su protagonista fragmenta y complica la realidad y el sentido. A nivel visual, no tiene la misma genialidad. Éste no es un problema exclusivo a la película, sino uno que se extiende a la mayoría de las películas de Hollywood y el entorno independiente que lo rodea. Pero su ambición temática la hace una limitación más saliente. Los sentimientos y temas de Lo siento, cariño son radicales y atrevidos. Su forma lo es mucho menos.


★★★1/2


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