En México, las salas de cine se encuentran abiertas de nuevo, pero la contingencia sanitaria por COVID-19 continúa. Si deciden ver Doctor Strange en el multiverso de la locura o cualquier película en cines, asegúrense de seguir las recomendaciones de higiene y seguridad pertinentes.
(Doctor Strange in the Multiverse of Madness; Sam Raimi, 2022)
El Universo Cinematográfico de Marvel siempre ha sobrevendido lo variado que es. Sus películas más recientes son muestra de ello. Black Widow tenía trazos de un thriller de Jason Bourne con un giro feminista. Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos de una épica de acción y fantasía en el molde del cine chino. Eternals de una aventura cósmica por la historia de la humanidad y lo más cercano que Marvel ha hecho al cine de arte. La realidad es que todas ellas siguen siendo películas de superhéroes bastante convencionales, aunque uno entiende por qué Marvel quiere trascender esta etiqueta. Con sus películas saturando la cartelera a un ritmo de por lo menos tres al año, ayuda el que su público piense que no está consumiendo más de lo mismo una y otra vez.
Marvel en realidad tiene poco incentivo para probar cosas nuevas. Ha encontrado una fórmula que le funciona, y ha puesto en su lugar una elaborada infraestructura para seguir haciendo películas con ella. ¿Por qué arreglar algo que, por lo menos en términos económicos, no está roto? Si seguimos el discurso de Marvel, entonces Doctor Strange en el multiverso de la locura es una mezcla de aventura cósmica con cine de terror; Doctor Who con toques de Lovecraft, supongo. Esta vez había motivos para mantenerse optimista. Es dirigida por Sam Raimi, cuyas credenciales incluyen la singular mezcla de horror y comedia de El despertar del diablo y sus secuelas, pero también la trilogía de películas de Spider-Man protagonizadas por Tobey Maguire, cuya segunda entrega sigue siendo el estándar al que debe aspirar el resto del cine de superhéroes. Raimi está en territorio familiar, si alguien puede hacer de El multiverso de la locura una gran película es él. La cuestión es, ¿le darían permiso?
¿Es En el multiverso de la locura una película de Sam Raimi? No realmente. Es, no solo una película de Marvel, pero una representativa de su cuarta fase. Después de cerrar una enredada, multitudinaria y ocasionalmente incoherente saga con Avengers: Endgame, el almirante de la franquicia Kevin Feige parece empeñado en crear una saga aún más enredada, multitudinaria e incoherente. La meta ya no es crear una entretenida y emocionante tarde en el cine y nada más, sino promocionar la siguiente oleada de películas y series de televisión. Cada película es un comercial para la que sigue. Es un modelo construido en la inercia y la obligación, un esquema piramidal condenado a colapsar una vez que ya no queden personajes de los cómics para anunciarse portentosamente en sus escenas post-créditos.

En el multiverso de la locura intenta tenerlo de las dos maneras. No pone mucha presión sobre el espectador casual porque todo lo necesario para seguir su trama es explicado dentro de ella. Pero mucho de esto es desarrollo de personajes ocurrido en otros productos, particularmente la serie de Disney+ WandaVision, y tantos personajes aparecen sin ton ni son que la única forma de disfrutarlos es como premios en una búsqueda de tesoros de referencias. En el multiverso de la locura arranca cuando América Chavez (Xochitl Gomez), una adolescente con el poder de viajar entre universos pero sin idea de cómo controlarlo, llega al del hechicero Stephen Strange (Benedict Cumberbatch). No sabiendo qué hacer, Strange recurre a Wanda Maximoff/Bruja Escarlata (Elizabeth Olsen) y a sus poderes mágicos. No hay por qué bailar alrededor de que Wanda es la villana de la película, siendo ella quien liberó a los monstruos que persiguen a America. La revelación es tratada como una sorpresa, pero ocurre temprano y es básicamente la premisa de la película.
El guion de Michael Waldron le da a Wanda una más o menos comprensible y potente motivación: ella espera usar los poderes de America para reunirse con sus hijos (dos pequeños varones que hacen cosas tiernas genéricas) en otro universo. Y la actuación de Olsen es más o menos buena: suelta una que otra lágrima, lo que se supone es emotivo, pero nunca está mejor que cuando, abrazando el lado chusco del material y el rol de villana, sus manierismos tienden a lo exagerado del camp, (lo mismo que hizo tan memorable a Willem Dafoe en El hombre araña de Raimi). El desenlace de su historia contiene un giro ingenioso y una catarsis potencialmente poderosa.

Hay momentos que sugieren placenteramente que Sam Raimi es efectivamente el director de la película: diestros movimientos de cámara, la decoración práctica de una casa embrujada, una pausa en una persecución acentuada solo por el sonido de gotas de agua, efectos visuales con un poco del ridículo de Arrástrame al infierno, una secuencia explicativa acompañada de imágenes sobreimpresas. Todos estos toques se sienten como la obra de un entretenedor nato, abierto a probar cada truco visual y sonoro para emocionar a su público, pero también un cruel recordatorio de una mejor película que pudo ser.
Y es que hay un límite hasta para lo que un director experimentado y con callo hollywoodense como Raimi puede hacer. En el multiverso de la locura no deja de sentirse indistinguible del resto del MCU. No deja de estar llena de escenas en las que sus actores hacen torpes pantomimas en una caja de pantallas verdes e iluminación plana, para que ejércitos de artistas de efectos visuales (de los campos de trabajo menos protegidos en Hollywood) construyan la película a su alrededor: rayos de colores, monstruos genéricos y escenarios psicodélicos pero curiosamente huecos y sin vida.
En el multiverso de la locura puede tener elementos de terror pero no puede ser una película de terror porque una película de Marvel simplemente no puede sostener ese tono de principio a fin. Momentos de escabrosa violencia con los que Raimi típicamente se deleita son recortados como por las manos de un mal censor. Y no puede contar una historia coherente y concisa porque todo siempre tiene que conectar con otra cosa. La dinámica de mentor y pupilo que emerge entre Stephen y America, que debería ser el núcleo de la película, pasa a segundo plano por la continuación de una serie de televisión y por referencias a películas que ya vinieron o que están por venir.
El MCU se ha refugiado en la fórmula y la repetición desde hace tiempo, pero el concepto del multiverso, central para la odiosa Spider-Man: Sin camino a casa, ha de ser lo peor que le ha pasado. Ya no hay necesidad de construir un mundo más o menos coherente o personajes con historias y eventos que se conectan y complementan entre sí. Basta con abrir un portal mágico para estimular esa parte del público que se emociona con personajes que reconoce. Es una estrategia tan floja y cínica, a la que Marvel sigue recurriendo porque claramente le funciona. Las películas de Marvel han dejado de ser espectáculos, su valor se encuentra solo en su capacidad de aludir a otras cosas.
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